El votante (in)visible de Parisi
Juan Carlos Eichholz Socio fundador de Adapsys y profesor UAI
En muchos directorios se ha repetido la escena: alguien pregunta cómo Parisi sacó casi un 20%, y otro responde, medio en broma, medio en serio: “Yo no conozco a nadie que haya votado por él”. Es una frase reveladora. No solo porque confirma la distancia entre élites y ciudadanía, sino porque pasa por alto algo evidente: una parte muy significativa de los votantes de Parisi son los mismos consumidores del negocio del retail, de la banca de personas y de los servicios masivos.
Ese votante que la política dice no ver es, paradójicamente, el cliente que las empresas conocen con más precisión, y que sí ven. Las compañías de consumo masivo saben en qué comunas vive, cuánto gasta, en qué momento del mes compra, cuántas cuotas elige y qué hace cuando se atrasa. Los bancos tienen modelos que predicen su morosidad con semanas de anticipación. Las telcos conocen su consumo de redes sociales casi en tiempo real. Esa persona tiene RUT, dirección, historial de compras, perfil de riesgo y respuesta a campañas comerciales. Lo único que debería sorprender es que todo ese conocimiento no haya servido para anticipar su comportamiento político.
“Es parte del rol de los directorios y altos ejecutivos entender el país (...) mirar los reportes de cobranza, analizar las canastas de compra de sus clientes regionales, y ver el rostro humano detrás del patrón de consumo”.
Porque el votante de Parisi no es un misterio sociológico. Es mayoritariamente C3, D y E; más joven que el promedio; endeudado; desconfiado del Estado y también de las grandes empresas; poco ideológico; extremadamente sensible a cambios en precios, tasas y trámites; y con una creciente sensación de que el sistema no lo considera. Es alguien que vive con la calculadora en la mano, que sobrevive a punta de cuotas y que siente que las élites hablan un idioma que no le pertenece.
Es parte del rol de los directorios y de los altos ejecutivos entender el país y no sólo su propio negocio. Para ello, más que mirar la última encuesta de opinión, conviene mirar los reportes de cobranza, analizar las canastas de compra de sus clientes regionales, y ver el rostro humano detrás del patrón de consumo de quienes compran sus productos. Esa data no sólo sirve para vender más; también sirve para entender mejor a la sociedad, reconociendo que el cliente también es ciudadano, y que lo que expresa en la caja del supermercado no está desconectado de lo que expresa en la urna.
De hecho, cada vez son más las empresas que han definido un propósito y buscan moverse a partir de él y generar un impacto positivo en la sociedad, pero que al mismo tiempo limitan su escucha a indicadores comerciales. Mucho de lo que más profundamente les dicen sus clientes —frustración, inseguridad económica, sensación de abuso, trato desigual— no alcanza a convertirse en insumo estratégico. Es ruido, no señal. Por eso sorprende Parisi. Y lo seguirá haciendo si se lo ve como un exabrupto electoral y no como un fenómeno estructural que merece ser analizado seriamente. Y para lo cual las empresas tienen más información que la política, pero no la están usando.
Para muchos ejecutivos, Parisi representa populismo, irresponsabilidad fiscal o frivolidad digital. Y probablemente es todo eso. Pero su electorado es demasiado grande para seguir tratándolo como una anomalía. Es un segmento del país que se siente fuera, no porque quiera destruir el sistema, sino porque cree que el sistema dejó de hablarle hace rato. Las empresas, que son parte de ese sistema y compiten con otras, no pueden darse el lujo de desconocer a sus clientes, ni por su propia sobrevivencia ni por el progreso del país.
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