La hora final del socialismo bolivariano
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. Andes
El socialismo bolivariano parece vivir su hora final. Deslegitimado, impopular, despojado del poder en varios países, desprovisto de validadores externos y amenazado por la fuerza militar norteamericana, vive un muy difícil presente y carece de futuro. Después de un cuarto de siglo en el que ejerció enorme influencia y levantó un proyecto alternativo, la noticia de su aparentemente inevitable defunción debe ser bienvenida.
El experimento inaugurado con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 tiene poco que mostrar en su defensa. Ha degenerado en un modelo que llevó la ruina a todos los lugares que gobernó y decantó en un autoritarismo demoledor de instituciones y violador de derechos de las personas. Esparció la corrupción, ineficiencia, resentimiento y desencanto y empobreció a la población que alguna vez se dejó hipnotizar por sus cantos de sirena. El colapso resulta indesmentible: desde la tiranía familiar de los Ortega en Nicaragua hasta la “cloaca” que heredó el centroderechista Rodrigo Paz de manos del MAS boliviano, el legado es lamentable. Allí donde puede, el electorado huye de él. Antes fueron Paraguay, Ecuador o Bolivia; hoy es Honduras, donde la candidata de continuidad izquierdista Rixi Moncada quedó en un distante tercer lugar y se resigna a ver cómo dos postulantes de derecha se disputan el triunfo. Y allí donde la dictadura se ensaña con la población, como en Venezuela, Nicaragua y Cuba, la gente vota con los pies y arranca en busca de un mejor destino.
“Aunque los líderes bolivarianos se apresuran a depositar las culpas del naufragio en el “imperialismo”, lo cierto es que fueron los excesos propios los que terminaron echando todo a perder”.
Aunque los líderes bolivarianos se apresuran a depositar las culpas del naufragio en el “imperialismo”, lo cierto es que fueron los excesos propios los que terminaron echando todo a perder: el autoritarismo de Rafael Correa; los desvaríos sexuales de Evo Morales; la ineptitud de Luis Arce; la megalomanía de Daniel Ortega y su esposa-copresidenta Rosario Murillo; las ilegalidades del hondureño Manuel Zelaya y el paraguayo Fernando Lugo; el derroche verborreico de Hugo Chávez; la deriva autoritaria narcocriminal de Nicolás Maduro. La fiebre bolivariana que recorrió América Latina tuvo diversos colores y sabores, pero siempre condujo a idéntico resultado: el fracaso y la confusión.
No será fácil reponerse de décadas de farra bolivariana. La destrucción productiva e institucional, polarización política, corrupción, criminalidad y crisis de autoridad que dejan tras de sí las administraciones de esa tendencia constituyen una herencia pesada que tendrán que arreglar otros. Si Maduro y su camarilla renuncian o son forzados a alejarse del poder, quedará finalmente al desnudo la miseria moral y material que heredan a una Venezuela arrasada que deberá recibir ayuda para reconstituirse.
La atención se centra por estos días en Venezuela, con un Maduro presionado por la fuerza militar desplegada por Estados Unidos para forzar un cambio de régimen “por las buenas o por las malas”, como ha advertido Donald Trump. Aunque su salida sería un traspié severo para el proyecto, no supondría el golpe de gracia definitivo. Este solo se verificará cuando la dictadura cubana deje de existir. No cabe duda, en todo caso, de que la caída de Maduro constituiría un aliciente para acabar con ese sexagenario foco de inestabilidad y agitación regional, no solo al bloquear una fuente de ingresos e influencia para el Gobierno castrista, sino porque podría mostrar al pueblo cubano que el camino de la resistencia activa y la protesta civil es un mecanismo que, a la larga, conduce a la caída de autoritarismos tóxicos.
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