China y Chile: una nueva etapa de las relaciones
Ex encargado de negocios en Indonesia y Singapur y ex embajador en Japón
La historia de las relaciones bilaterales entre Chile y China data de 1970, cuando nos convertimos en el primer país de América del Sur en establecer nexos diplomáticos con el gigante asiático. También en 1999 fuimos precursores al apoyar su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en 2005 suscribimos el primer Tratado de Libre Comercio (TLC) de China con una economía del continente.
Las vinculaciones diplomáticas con nuestro principal socio comercial han evolucionado satisfactoriamente desde la esfera política a la comercial. En 2005 nuestro intercambio comercial era apenas de US$ 8.122 millones y para 2015 alcanzó los US$ 30.944 millones.
Sin embargo, las prioridades de los países se van transformando. China, con sus US$ 10,98 billones de PIB y su gran superávit de cuenta corriente, se ha propuesto para el quinquenio 2015-2020 convertirse en un prestigioso núcleo de innovación, investigación y desarrollo, con una gran capacidad financiera dispuesta a invertir fuera de las fronteras asiáticas.
Tomando en cuenta que después de Asia, América Latina es el segundo destino de la Inversión Extranjera Directa (IED) de China, debemos tener presente que nos podríamos encontrar en una posición favorable frente a las nuevas pretensiones asiáticas. Más aún luego de los anuncios gubernamentales realizados en la reunión CELAC China de enero de 2015, donde se plasmó el compromiso de aumentar la IED a US$ 250.000 millones antes de 2025.
Lamentablemente la historia mutua de inversiones no nos favorece. Aunque los flujos comerciales con dicha nación juegan un papel importante para nuestra economía, los de inversión aún son muy bajos en comparación con los países de la región. Brasil lidera este ranking, con US$ 23.886 millones, seguido de Perú con US$ 6.846 millones, y Argentina que suma US$ 6.270 millones. Nuestro país es noveno en una lista de diez, con US$ 100 millones.
No obstante, Chile mantiene una estabilidad macroeconómica que es modelo para la región y ha alcanzado considerables avances en innovación. Si esto es un aliciente para mirar a nuestro país como un potencial destino para las inversiones, es incomprensible que no seamos capaces de atraer la IED China. Urge avanzar hacia un paradigma donde el Estado juegue un papel más determinante y con la suficiente agilidad para adaptarse a las múltiples características de este significativo inversor.
Dentro de este contexto es necesario reconocer que las designaciones del ex presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle como embajador extraordinario en misión especial para Asia Pacífico y de Jorge Heine como embajador en China, están siendo un factor importante para revertir esta situación.
En efecto, las diversas visitas oficiales que hemos recibido de altas autoridades chinas, incluida la reciente visita del presidente Xi Jinping, quien tuvo un rol destacado en la última reunión de la APEC en Perú, y la apertura del Banco Chino de la Construcción (BChC) en Chile, son señales que indican que vamos por el camino correcto.
Tomando en cuenta el reciente resultado de la elección presidencial en EEUU y la interrogante sobre el TPP -del cual China no forma parte-, no tengo dudas de que la visita del presidente Xi a APEC-Perú, Ecuador y Chile tuvo como objetivo central fortalecer esquemas de integración como el Área de Libre Comercio de Asia y Pacífico y la Asociación Económica Integral Regional, y al mismo tiempo negociar la posibilidad de destinar los flujos de inversión comprometidos a estos países. En este escenario es interesante observar el incremento del liderazgo de China que se vislumbra, aunque sorprenda, como un promotor del libre comercio.
Si realmente deseamos ser receptores de estos considerables flujos financieros y dar pasos certeros al mundo desarrollado, debemos implementar una estrategia adecuada y moderna para concertar las visiones públicas y privadas que permitan captar estas inversiones, las cuales deben estar orientadas a la diversificación de la economía, el fortalecimiento de la infraestructura física y tecnológica, y la materialización de nuestra condición de país puente y de servicios hacia el Asia Pacífico.