Economía

Un segundo referendo del Brexit es ahora esencial

Si la democracia significa algo, es el derecho de un país a cambiar la opinión.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 27 de febrero de 2019 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

El objetivo de Theresa May es convertir el miedo a un Brexit sin acuerdo en la aceptación de su mal acuerdo, que dejaría al Reino Unido a merced de la Unión Europea. Al final, la retórica sobre “retomar el control” se redujo a una opción entre el suicidio y el vasallaje. Este desfile de estupidez debe ser detenido, por el bien del Reino Unido y el de Europa. La única forma políticamente aceptable de hacer es a través de un otro referendo. Eso es riesgoso. Pero sería mejor que un desastre seguro.

Imagen foto_00000003

Contemos las formas en las que lo que está pasando es una locura.

En un poco más de un mes, el Reino Unido podría salir repentinamente de la UE. Pero el gobierno y las empresas no están preparados para esa salida: para dar un ejemplo, el Ejecutivo todavía está peleando por qué aranceles agrícolas imponer. Ese Brexit sin acuerdo dañaría al Reino Unido, y a la UE. Si se produjera una salida sin acuerdo, las negociaciones deberían reiniciarse de inmediato, pero en un contexto mucho más tóxico y, para el Reino Unido, menos favorable.

Incluso si el acuerdo de la primera ministra se ratificara, un nuevo conjunto de negociaciones tendría que empezar de nuevo la relación futura. El Reino Unido no está preparado para esas conversaciones. Estas nuevas negociaciones también terminarían inevitablemente con un resultado no satisfactorio, porque el Reino Unido nunca ha confrontado los términos medios entre acceso y control inherentes a todas las negociaciones comerciales. Finalmente, todo este desastre haría feliz sólo a los enemigos de la UE, el presidente ruso Vladimir Putin, sobre todo.

En resumen, el Reino Unido ha lanzado a sí mismo a una travesía peligrosa hacia un destino desconocido al mando de un capitán tan obsesionado con entregar su versión del Brexit como Ahab estaba con Moby Dick. ¿Alguna vez una democracia madura se ha ocasionado tanto daño a sí misma?

¿Por qué lo ha hecho el Reino Unido? La respuesta simple es el matrimonio de la insatisfacción generalizada de la población británica y las copiosas ilusiones del Brexit.

Una ilusión era que el significado del Brexit era obvio. En la práctica, podía cubrir cualquier cosa, desde un alto nivel de integración a muy poco. La decisión de salir no determinaba ese destino.

Otra ilusión era que el Brexit podía significar soberanía desenfrenada. En la práctica, entre más profunda es una relación comercial, más debe cederse a los socios comerciales en el ejercicio de soberanía nacional. Si el Reino Unido negocia acuerdos comerciales con Estados Unidos, China o India, también se verá obligado a aceptar muchas limitaciones a su soberanía.

Otra ilusión es que sería fácil para el Reino Unido comercializar bajo los términos establecidos por la Organización Mundial del Comercio (OMC). En la práctica, una salida sin acuerdo empeoraría los términos de acceso a mercados que representan cerca de dos tercios del total del comercio del Reino Unido.

Otra ilusión es que la OMC cubre la mayoría de los temas que al Reino Unido le importan. Qué pena, pero no. Lo que no cubre incluye el transporte terrestre, aviación, datos, energía, prueba de productos, incluyendo de medicinas, pesca, buena parte de los servicios financieros e inversión.

Era una ilusión peligrosa suponer que sería simple llegar a un acuerdo con la UE, porque empezamos desde la convergencia total. Lo cierto es lo contrario. El Reino Unido está abandonando para poder divergir. Las reglas de la UE existen precisamente para evitar esa divergencia. La UE nunca le permitiría a un país el derecho tanto de beneficiarse de las reglas de la UE como de divergir de ellas, a su discreción.

Una gran ilusión era que si el Reino Unido era firme con la UE, la última llegaría rápidamente a un acuerdo. Pero, como argumenta Ivan Rogers, exrepresentante permanente del Reino Unido ante la UE, el bloque no lo haría, en parte porque la preservación de la UE es, naturalmente, la prioridad dominante de la UE, y en parte porque la UE está segura de que el Reino Unido volvería al día después del Brexit sin acuerdo. Seguramente está en lo correcto en eso.

Así es que ahora el Parlamento enfrenta una decisión entre lo imposible -salida sin acuerdo- y lo horrible -el acuerdo de la primera ministra-. Si acepta, a lo último seguirían años de dolorosas negociaciones comerciales, sin un destino acordado, como ahora. Al final, el Reino Unido estaría peor que siendo parte de la UE. Su gente estaría tan dividida como hoy y la insatisfacción seguiría así de arraigada. ¿Hay una forma mejor que esta? Sí. Es preguntar, de nuevo, si la gente se quiere ir, ahora que la realidad está más clara. Debería haber una segunda votación.

Algunos argumentarán que no es democrático. No es así. La democracia no es una persona, un voto, una vez. Si la democracia significa algo, es el derecho de un país de cambiar la opinión, especialmente dada la baja y deshonesta campaña del referendo. Han pasado casi tres años desde la votación. Ha pasado mucho desde entonces, tanto en las negociaciones como en el mundo. Como Ngaire Woods, del Blavatnik School of Government, ha destacado, desde 2016 Donald Trump ha estado asaltando a la UE y a la OMC, las relaciones occidentales con China se han vuelto más problemáticas y el alcance del asalto de Putin en nuestra política se ha hecho más obvio. Este no es momento para que Europa se infiera la herida del Brexit a sí misma.

Si, como parece posible, el Parlamento no tolera el vasallaje del acuerdo de la primera ministra, entonces las opciones cuerdas son pedir una extensión prolongada de la salida o, mejor aún, retirar la aplicación del Artículo 50. Ambas darían el tiempo necesario para discutir cómo organizar ese referendo. La sugerencia de May de un voto directo sobre una salida sin acuerdo nos podría llevar ahí.

Está claro ahora que el Reino Unido no tiene consenso sobre el Brexit, sino sólo división y confusión. Para aprobar su mal acuerdo, la primera ministra se ha rebajado a amenazar el Parlamento con algo peor. Eso es una locura. Si un país se encuentra a sí mismo haciendo algo que de seguro lo dañará, a sus vecinos y a la frágil causa de la democracia liberal en su continente, debe pensar de nuevo. Ahora es la oportunidad de detener el viaje a la ruina. Es el deber del Parlamento hacerlo.

Lo más leído