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El espionaje en la era digital

En una era de software de reconocimiento facial, la cubierta de un agente es mucho más difícil de mantener.

Por: Sam Jones, editor de Defensa y Seguridad | Publicado: Viernes 30 de septiembre de 2016 a las 04:00 hrs.
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La revolución digital está arrasando con la segunda profesión más vieja del mundo –el espionaje– y el Reino Unido está readaptando sus servicios de inteligencia con un presupuesto adicional anual de 1.500 millones de libras (US$ 1.944 millones) para seguridad por primera vez este año.

Para el Servicio Secreto de Inteligencia, MI6, esto se traduce en su mayor campaña de reclutamiento, con nada menos que 1.000 nuevos agentes en los próximos cuatro años, un aumento de 40%.

El incremento se debe en parte a un entorno geopolítico más amenazante, con Rusia y China representando un creciente desafío, y la metástasis del yihadismo a nivel global. Pero otros cambios sociales y tecnológicos más generales están teniendo un impacto más profundo, demandando una amplia transformación en la naturaleza misma del oficio del espía.

En conversaciones sostenidas con FT durante los últimos meses, las autoridades de seguridad británicas han dibujado el panorama de su actividad: la tecnología que fortaleció a los espías en las últimas dos décadas está cambiando su negoción radicalmente.

La semana pasada, Alex Younger, director del MI6, todavía conocido por el apodo “C” (con el que tradicionalmente firma toda su correspondencia en tinta verde) explicó el cambio en un poco común discurso público junto a otros compañeros espías en Washington. “La revolución de la información está transformando los fundamentos de nuestro entorno operativo”, dijo.

“Estoy a cargo de un servicio de inteligencia humano, pero eso es tan real para nosotros como para cualquier otra persona. En un período de cinco años habrá dos tipos de servicios de inteligencia: aquellos que entienden esto y prosperan; y aquellos que no. Estoy decidido a que el MI6 estará en los primeros”. Para los espías, “el mundo digital es una muy interesante combinación entre una amenaza existencial y una oportunidad de oro”, dijo.

La amenaza es existencial. El secreto, escribió el primer jefe del MI6, Sir Mansfield Smith-Cumming, era “el primer, último y más necesario elemento” de todo lo que la agencia hacía y defendía. Eso puede ya no ser cierto, al menos no como lo entendemos ahora.

En una era de software de reconocimiento facial, análisis de datos, identidades difundidas en línea y teléfonos inteligentes que dejan rastros de datos, la cubierta de cualquier agente es mucho más difícil –si no imposible– de mantener.

“Los días en los que los oficiales podían plausiblemente adoptar diferentes identidades están llegando a su fin”, dijo Nigel Inkster, ex director de operaciones del MI6 y ahora director de amenazas trasnacionales y riesgos políticos en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, un grupo de expertos. “Capacidades forenses, reconocimiento facial, biometría, ADN; todas esas cosas hacen que movilizarse en ambientes extranjeros sean mucho más desafiante”.

No es simplemente una cuestión de mantener los datos fuera de línea, tampoco, sino todo lo contrario: individuos o identidades sin profunda y amplia presencia online son precisamente los que más pueden despertar sospechas.

“El desafío de tener una huella digital creíble es significativo”, aseguró Inskter. Sólo cuentas falsas de Twitter y Facebook no hacen el truco. “En el mundo de hoy, a donde sea que vayamos dejamos huellas digitales, un tubo de escape digital”.

La relativa facilidad con la que Estados hostiles pueden hackear los datos de otros Estados ya es un problema. Los nombres y detalles de los oficiales de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, su sigla en inglés) no estaban entre los millones robados por hackers chinos en la violación de archivos de la oficina de Administración de Personal del gobierno de EEUU el año pasado.

Pero eso, en sí mismo, podría ser una debilidad: oficiales que aseguran trabajar para el Departamento de Estado en embajadas en el extranjero, por ejemplo, cuyos detalles no hayan estado dentro de los registros de empleados, podría haber despertado sospechas al instante.

La revolución de los datos también está generando oportunidades. “Antes todo se trataba sobre fiestas de cocteles”, dijo un ex agente del MI6. “Había que estudiar en profundidad la sala para descubrir debilidades. Podían pasar meses antes de identificar a quién se podía reclutar y quién no”.

Ahora toda la información personal está en los medios sociales. Un científico iraní adúltero, por ejemplo, resulta un blanco ideal. Gestionar esos recursos ahora también es más fácil. Durante la Guerra Fría el mayor desafío era mantener contacto con los agentes infiltrados. Ahora, la encriptación de mensajes facilita mantener un contacto confidencial.

Y las potenciales ganancias también han aumentado. El cáliz sagrado de cualquier espía, documentos de primera fuente, ahora están digitalizados y son más fáciles de acceder.

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