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Jacinda Ardern: “No deberíamos esperar que todas las mujeres sean supermujeres”

La joven premier de Nueva Zelanda, que tendrá en junio a su primer hijo, habla de los desafíos de ser madre y liderar a un país, así como de mantener una relación profesional con Trump.

Por: Jamie Smyth, Financial Times | Publicado: Lunes 30 de abril de 2018 a las 04:00 hrs.
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Es la mujer más joven del mundo en el cargo de primera ministra. Su imagen de “pies en la tierra” persuadió a los votantes de Nueva Zelanda a escoger a Jacinda Ardern, para el cargo el año pasado. Impulsada por el estilo fresco e informal de la laborista de 37 años, junto a su defensa de causas progresistas, la “Jacindamanía” se convirtió en un fenómeno global, dándole un lugar prominente junto a Emmanuel Macron, de Francia, y a Justin Trudeau, de Canadá, en la respuesta liberal al populismo de derecha.

La sensación de un líder con un nuevo manto de optimismo se profundizó tras el anuncio en enero de que estaba embarazada de su primer hijo, lo que en junio la convertirá en la primera jefa de gobierno en dar a luz en el cargo desde la fallecida Benazir Bhutto.

Acompañada de su pareja, Clarke Gayford, que los neozelandeces conocen como el “primer tipo”, habla de los esfuerzos que hace para llevar una vida normal, a pesar de las presiones del trabajo y su embarazo.

“La única razón por la que puedo hacer lo que hago es que mi pareja tiene la habilidad de ser padre prácticamente a tiempo completo”, dice. “No quiero fingir ser una supermujer; no deberíamos esperar que todas sean supermujeres”.

Ardern planea tomar seis semanas de posnatal antes de volver a trabajar. Sufre las mismas dudas y temores que otros futuros padres, aunque no todos pudieron preguntárselo a Barack Obama, quien estuvo en Nueva Zelanda en marzo. “Le pregunté cómo maneja la culpa”, señala. “Su consejo fue ‘tienes que dar lo mejor que puedas’”.

Estas confesiones íntimas no son usuales al entrevistar a un primer ministro.

El ascenso de Ardern

Ha tenido un año tumultuoso. Electa como líder adjunta del Partido Laborista de Nueva Zelanda en marzo de 2017, asumió el cargo apenas siete semanas antes de la elección, tras la abrupta salida de su predecesor. Ella misma parecía pesimista. “Todos saben que acabo de aceptar, con poco tiempo de aviso, el peor trabajo en la política”, dijo en el momento. Su partido, que no había gobernado en nueve años y estaba más de 20 puntos bajo el Partido Nacional en sondeos, se alistaba para la cuarta derrota consecutiva.

Pero algo inesperado ocurrió. La campaña, que se enfocó en la desigualdad y el aumento en la indigencia, tocó una fibra y cerró la brecha. Aunque el apoyo cayó en la etapa final y dejó a los laboristas como la segunda mayor fuerza legislativa, Ardern logró formar una coalición con los nacionalistas de Nueva Zelanda Primero y los Verdes.

Para ella, el giro comenzó cuando los medios se enfocaron en las personas indigentes de Auckland. “La justicia está en nuestro ADN”, explica. “Hubo un sentimiento de que nos estábamos alejando de las cosas que, más allá de los colores políticos, eran vitales para los valores de Nueva Zelanda y la forma en que nos vemos a nosotros mismos”.

Nacida en un pequeño pueblo rural, con un padre policía y una madre que trabajaba en el casino de una escuela, dice haber visto a familias que tenían dificultades para sobrevivir, en un período de reformas pro mercado que transformaron al país en la década de los ‘80.

En su escuela, fundó un capítulo de Amnistía Internacional. También se alejó de la iglesia mormona de su familia, por sus visiones conservadoras sobre la homosexualidad.

Sus habilidades políticas crecieron cuando trabajó en el equipo de Helen Clark, una expremier laborista que gobernó entre 1999 y 2008, tras lo cual trabajó con el premier británico Tony Blair. Por todo ello, podría clasificarse como una política de carrera más que una insurgente. Ella se defiende: “Mis experiencias en política no son las únicas y no son las que me han definido”.

Las opiniones

“Mucha gente siente que quedó atrás tras la crisis financiera”, dice Ardern, hablando del estado inquieto de la política internacional. “Mi sensación es que parte de la reacción en referendos y elecciones tiene que ver con la falta de respuesta al sentimiento de inseguridad, financiera o no. Los políticos podemos llenar ese vacío con un mensaje de esperanza... o podemos capitalizar con miedo y culpa”.

Ardern ha asumido grandes compromisos: solucionar la crisis de vivienda, sacar a 100 mil niños de la pobreza y poner a Nueva Zelanda en camino a convertirse en un país sin huella de carbono en 2050.

Comenzó con fuerza. Este mes prohibió la exploración futura de petróleo y gas. También aumentó el sueldo mínimo en 75 centavos neozelandeses, comenzó la eliminación de los aranceles en la educación superior y frenó la compra de propiedades residenciales por parte de extranjeros. Pero también mostró pragmatismo, al firmar el Acuerdo Transpacífico.

Como feminista, no es fanática de Trump, pero es demasiado diplomática para decirlo, dada la fuerte relación de su país con EEUU.

Pero cuando el mandatario dijo que la elección de Ardern “había causado mucha agitación en su país”, ella rápidamente contestó: “Nadie marchó cuando me eligieron”.

Cuestionada sobre si podrá mantener una relación cercana con el gobierno de Trump, responde: “Tenemos que hacerlo. En todas las relaciones hay diferencias”.

Sobre la creciente influencia del Partido Comunista chino en su país, insiste en que su país no tendrá temor en alzar la voz por los Derechos Humanos, incluso si involucra a su mayor socio comercial.

En su país, donde la luna de miel comienza a acabarse, la acusan de ser “demasiado amable” para tomar las decisiones difíciles.

“La política es un lugar difícil, así que hay que ser resistente” dice. Y luego admite: “Sí, es cierto que siento las cosas muy agudamente, pero eso significa que mi brújula política probablemente está muy intacta y mi sentido de empatía y bondad está al frente”.

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