Cambió el gabinete. La agenda es hacia adelante.

e produjo ayer un cambio de gabinete que era relativamente anticipado por los analistas. El hecho esencial fue la salida del titular de Educación, tras una serie de errores comunicacionales que le restaron margen político, dificultando su rol como interlocutor ante la oposición.

La prensa de hoy y los próximos días abundará en necesarios análisis sobre las causas e implicancias de este temprano remezón ministerial. Pero desde la perspectiva de La Moneda y el oficialismo, el ejercicio de introspección es otro y más complejo: por un lado, identificar sin reparos cuáles fueron los ruidos políticos que hicieron conveniente y oportuno cambiar ministros antes de cumplir medio año en el gobierno, para asegurarse de no repetirlos en el futuro; por otro, usar este temprano ajuste de gabinete como una genuina base desde la cual impulsar la agenda gubernamental de cara a los tres años y medio de mandato que quedan por delante.

En lo que apenas son los albores de esta administración, la mejor lección del cambio de gabinete sería entenderlo como una oportunidad, no como una crisis. La oportunidad de volver a poner el foco en una agenda oficialista que en las últimas semanas parecía haberlo perdido: en vez de apuntar hacia adelante, hacia el futuro, se dirigía ya fuera hacia atrás, el pasado (“mochilas“ económicas heredadas de Bachelet II, altercado con Moody’s), o hacia el costado, en función de agendas que otros instalaban.

Aún está fresco el contundente mandato que obtuvo el oficialismo en las urnas para retomar el rumbo del crecimiento, la estabilidad y el empleo que se había perdido en el último cuatrienio. El énfasis que dio el Presidente a estos puntos en su discurso, y la decisión de dejar intacto al equipo económico, son señales auspiciosas. El ajuste ministerial indica que el Ejecutivo no desea pagar costos políticos evitables; ojalá también señale que pretende tomar las riendas del programa que se comprometió a impulsar.