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A cuidar la democracia

Henry Boys Presidente Fundación Soñando Chile

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Los recientes atentados en Francia dejan al descubierto la crisis más profunda de los sistemas democráticos modernos: la carencia total de límites. Cuando una sociedad no es capaz de respetar a todos sus miembros y olvida, en el debate democrático, los derechos fundamentales de algunos sólo por ser "minoría" o por tener menos herramientas para defenderse, es que se producen situaciones tan lamentables como las que motivan esta columna. El ser humano tiene un umbral de tolerancia a la vejación, pero cuando ese umbral es sobrepasado se le sitúa en la compleja posición de considerar las armas como un mecanismo más eficaz en la defensa de sus derechos que las garantías ofrecidas por la institucionalidad vigente.


Al permitir la promoción de una idea y la búsqueda de votos que la respalden, existe una posibilidad real de que los obtenga, por mínima que esta sea. Y si seguimos a Overton o a Gramsci, podemos saber con certeza que cualquier idea puede concitar adhesión si se ejecutan con perseverancia determinados pasos culturales. Sin ir más lejos, Hitler llegó al poder en la Alemania de postguerra por la vía democrática, en tanto sus ideas no parecían tan radicales con un pueblo alemán humillado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial y asolado por la hambruna. En cierto contexto, hasta las ideas más impensables pueden llegar a convertirse en ley.


Como nos narra Oscar Godoy Arcaya en el libro "La Democracia en Aristóteles", para el filósofo griego "la justicia universal no es homologable a cualquier justicia legal, sino sólo a aquella que participa de la ordenación al fin de la ciudad, es decir, al bien vivir o felicidad; se trata, en consecuencia, de esa justicia legal cuyo horizonte (...) es el bien común". La ley puede o no participar de la justicia, pero la justicia va mucho más allá de su consagración positiva.


La falsa tolerancia de cualquier consigna no es sino el retorno a un estado de naturaleza, en el que la ley del más fuerte decide el rumbo de la sociedad. Tolerar no significa permitirlo todo, así como poner límites no implica una opresión totalitaria. Si queremos preservar la democracia, debemos comprender que no todo es permisible y condenar con firmeza tanto el terrorismo como cualquier otro atentado contra la vida y la dignidad del hombre. En el Chile de hoy, rechazar con firmeza el aborto -entre tantos otros males sociales que se nos proponen- constituye la expresión más pura del talante democrático del pueblo chileno.

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