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Columnistas

El costo de la incompetencia

Socio de MFO Advisors

Por: Equipo DF

Publicado: Jueves 2 de febrero de 2017 a las 04:00 hrs.

Las últimas semanas han sido dramáticas para Chile. La magnitud, velocidad y capacidad de destrucción de los incendios forestales han superado la imaginación y han dejado brutalmente al descubierto el costo que puede traer a un país contar con un gobierno incompetente.

La emergencia todavía no se supera, por lo que los balances deberán esperar. Pero ante la tardía y errática reacción del gobierno, ya se ha planteado la conclusión de que ésta no fue más que otra muestra de la eterna incapacidad del Estado para actuar eficientemente.

Creo que esa es una lectura incorrecta. No cabe duda que el Estado chileno es bastante lento y requiere múltiples reformas, particularmente relacionadas con su capacidad de gestión. Pero la lenta reacción frente a los incendios no responde a esto, sino que es una consecuencia de tener un gobierno que ha demostrado su incapacidad para administrar correctamente procesos complejos.

Es más fácil y tranquilizador achacarle la culpa a la eterna necesidad de reformar el Estado, pero esto choca contra una realidad incontestable. Es ese mismo Estado, pero administrado por otros líderes, el que, por ejemplo, llevó a cabo la reconstrucción del 27F y rescató a los 33 mineros de Atacama. Dos procesos que en el extranjero se han transformado en casos de estudio de reacciones exitosas y diligentes frente a emergencias públicas.

La diferencia está entonces en la calidad de los líderes y sus equipos, y en su capacidad para tomar decisiones acertadas en momentos complejos. En casos de emergencia, la incompetencia, la indecisión y la falta de prontitud para reaccionar puede tener costos dramáticos, como hemos podido experimentar nuevamente en esta oportunidad.

Es por ello que hace unos días Patricio Navia tuiteaba “¿A quién preferirías ver liderando el gigantesco incendio en la zona central? Ahí tienes la respuesta a por quién votar en noviembre”. A uno se le vienen a la cabeza las imágenes de Piñera o Lagos por un lado, o Bachelet y Guillier por el otro, y quedan pocas dudas. A lo mismo se refería esta semana Luisa Durán, cuando se preguntaba: “¿Cómo es posible que todo el mundo crea que puede ser presidente?”

En el reino de lo políticamente correcto es agradable escuchar de vez en cuando algo sensato. Simplemente no es posible que cualquiera dirija el país. Gobernar es de lo más complejo que se le puede exigir a una persona y requiere méritos y capacidades objetivas. En las democracias desarrolladas, esos méritos y capacidades son puestos a prueba por sistemas políticos que logran filtrar razonablemente bien a los postulantes.

En Chile hasta la llegada del fenómeno Bachelet, también se lograba. Pero su elección en 2006 fue la primera transgresión en esta materia. Bachelet puede tener muchas cualidades, pero hasta entonces no tenía ninguna experiencia destacable y exitosa de liderazgo. Su paso como ministra de Salud no le dio los méritos como para aspirar a la presidencia. Pero el país cayó conquistado por su simpatía, por su historia, y por el hecho de que en ella reflejaba sus anhelos. Una mujer profesional, moderna, que prometía un país más inclusivo y amistoso. No era su ideología ni su capacidad lo que el país eligió, fue su imagen.

Ante los primeras evidencias de dificultad para tomar decisiones, se introdujo inteligentemente la tesis del “femicidio político”, y después de ello, ocurrió el encanto definitivo de la mano de una presidenta que administraba su imagen y que en la práctica, dejaba gobernar a su ministro de Hacienda.

Pero su segundo gobierno ha sido más demandante. El país es más complejo, la comparación es más dura, y ella ha sentido más libertad para ser “ella misma”. Y eso nos ha costado muy caro. Cuando termine su gobierno, tendremos un Estado que no ha progresado, pero sin embargo consume una parte creciente de nuestros ingresos, un conjunto de reformas no sólo mal orientadas, sino que mal diseñadas e implementadas, a estas alturas hechos bastante objetivos y reconocidos. Tendremos además un país estancado, que ha destruido empleos formales, y que arrastrará el efecto de emergencias mal abordadas. Son los costos de tener un gobierno incompetente. Es de esperar que aprendamos la lección.

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