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Pesimismo

Por Padre Raúl Hasbún

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Como sistema filosófico, es atribuirle al universo y por consiguiente a su historia la mayor imperfección posible. En lo sicológico y personal, es la propensión a ver, juzgar y esperar que las cosas sucedan de la peor manera imaginable. Esta propensión sistemática ha ganado popularidad a través de la tristemente célebre "ley de Murphy": "si algo ha de salir mal, es seguro que ocurrirá en el peor momento y de la peor manera".


Peor (en latín, "peior" o "peius") es el comparativo de malo. Cuando el mal es superlativo, se denomina "pessimus". Lo pésimo es más malo que lo simplemente peor. Lo peor admite regresión, sanación, sublimación. Cuando se ha llegado a pésimo, es el triunfo definitivo del mal.


Desde esa perspectiva semántica, la reciente declaración de quien tiene autoridad y responsabilidad de gobernar y administrar el Estado de Chile: "cada día puede ser peor", admite una doble lectura. Una es deprimente: caminamos y navegamos bajo el liderazgo de alguien que vislumbra, vaticina y con ello inconscientemente provoca el progresivo deterioro de la calidad de vida de sus dirigidos. Es el fatalismo de la profecía autocumplida. Un diagnóstico sombrío genera pronósticos funestos, el atleta o guerrero entra a la lid íntimamente derrotado, alista su artillería en contra de sí mismo y, abatido por este "fuego amigo" deja resignadamente liberar demonios cuya capacidad destructiva es superior al mal morbosamente imaginado.


La otra lectura abre la puerta para una templada esperanza. La Presidenta es "peiorista", pero no todavía "pesimista". Las cosas pueden ser todavía peores, es cierto. No en lo que respecta a la naturaleza. Es sabia, la naturaleza. Nada hace en vano, todo en ella tiene un propósito evolutivo y perfectivo, el estiércol deviene fertilizante, la basura y los fósiles se trasforman en energía y combustible que mueven el mundo. La mayor responsable de nuestras calamidades no es la naturaleza, sino lo que sus gestores y administradores hacemos con ella. Ya comprobamos que nuestra manera viciosa e irresponsable de celebrar Fiestas Patrias provoca más muertes que un terremoto y un tsunami. Ciclones, huracanes, erupciones no pueden competir, en número y en crueldad victimal, con el desangramiento físico, el terror sicológico y el desaliento moral que provoca el hombre con sus guerras, sus agresiones diarias, el hambre de los condenados a muerte por la indiferencia egoísta, y los millones de inocentes que el aborto sacrifica como descarte indeseado.


¿Por qué esto sería puerta a la esperanza? Porque la naturaleza no perdona, sus leyes son inmutables. El hombre siempre puede cambiar, perdonar y ser perdonado. Su inteligencia, su voluntad, su corazón conservan perpetua nostalgia de regresar a su vocación de libertad, verdad y amor. Y quien se levanta para saber, poder y amar hoy más que ayer, ya habrá hecho que el día y el mundo sean mejor.

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