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Últimas conversaciones de Benedicto XVI

Como subraya la presentación de este singular y, a varios títulos, extraordinario libro, en sus páginas, por primera vez en dos mil años de cristianismo, un Papa hace un análisis de su propio pontificado y relata las circunstancias que le llevaron libremente a renunciar a su cargo.

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Se encontrarán en su lectura -lo ha explicado con autoridad quien fuera su vocero por ocho años, Federico Lombardi SJ (cfr. Humanitas 83)- varias y verdaderas perlas. Las más emotivas, que dan el tono de fondo al libro, son las que trasuntan su mirada hacia la eternidad, presente en el tiempo, no como un simple realidad de la imaginación o de la mente, sino de la persona en su sentido más integral. Está aquí, en efecto, de forma vívida para el lector, aquel Benedicto que habló al mundo tan doctamente en sus tres volúmenes sobre Jesús de Nazaret, presente todo ello como una forma encarnada en su ser, que se acerca ahora a la plenitud de la existencia.

Con la humildad que caracteriza su modo -virtud tan apreciada en él por su sucesor, el Papa Francisco- Benedicto XVI relata el proceso interior que fue haciendo madurar en él la decisión de renunciar, considerando en todo, con admirable equilibrio, el bien general de la Iglesia. Después de oírlo, de buena fe no se puede sino comulgar plenamente con sus pensadas razones, a pesar de la admiración que despierten sus ocho luminosos años de pontificado.

Viene al caso recordar aquí lo que escribió el propio Peter Seewald, autor de este libro-entrevista (el cuarto realizado por él conjuntamente con el Papa emérito), al momento de la renuncia pontificia, en febrero de 2013. Aparecen ya entonces los apuntes de estas mismas conversaciones, iniciadas diez meses antes, y concluidas durante los dos últimos años del retiro de Benedicto.

Dice entonces el autor: "No es casual que el Papa haya elegido el Miércoles de Ceniza para su última gran liturgia. Mirad, parece querer decir, era aquí adonde os quería llevar desde el principio. Desintoxicaos, serenaos, liberaos de la zozobra, no os dejéis devorar por el espíritu del tiempo, desecularizaos... Aligerar la carga para aumentar el peso es el programa de la Iglesia del futuro. Privarse de la grasa para ganar vitalidad, frescura espiritual.

"¿Usted es el final de lo viejo -pregunté al Papa en nuestro último encuentro (N.del E: se refiere a meses del año previo a la renuncia)-, o el inicio de lo nuevo? La respuesta fue: Las dos cosas".

Esta rara y muy valiosa premonición -cuyo significado es mucho más claro sopesar hoy que entonces- debe leerse, se diría, como un factor que explica la visible sintonía, desde la misma elección de Francisco -expresada en tantos momentos de alto contenido (v.gr. en el sexagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal de Joseph Ratzinger)- entre el Papa actual y el Papa emérito.

En este mismo sentido hay una clave que atraviesa todo el libro, que se refleja de forma rotunda en muchas de las inflexiones con que Benedicto responde a preguntas sobre su propio papado, y que aparece en idioma alemán en una de las intervenciones de Seewald, cuando recuerda al Papa emérito su importante discurso de Friburgo: ENTWELTLICHUNG, palabra que podría traducirse en castellano como "desmundanización". Benedicto y su entrevistador conversan a este propósito en el capítulo XIII (Viajes y Encuentros) sobre la indisposición y mala interpretación que se hizo, incluso en sectores de Iglesia, de esta condición tan necesaria para que la fe pueda volver a desplegar sus principios activos. "Con ello -apunta Seewald- no se refiere a un abandono del compromiso social y político, sino al alejamiento del poder, del dinero, de las falsas apariencias, del engaño y el autoengaño". Benedicto acota "que quien quiso entenderlo lo entendió".

Pareciera, en muchos sentidos, estarse refiriendo a las adversas reacciones que se observan hoy en sectores, también dentro de la Iglesia, adversos a la "desmundanización" propulsada por el Papa Francisco. Esto entre tanto sucedía por lo menos un lustro antes.

La historia contemporánea desde dentro

Sin duda uno de los rasgos impresionantes de este libro es la sensación, nutrida de fuertes contenidos historico-biográficos, con que el lector se sabe recorriendo las honduras del siglo XX. Una vez más, todo es dicho en primera persona, con una edificante y conmovedora despretensión. La de quién vive -no es exageración acudir al gran Agustín, su maestro- en y para esa ciudad que "nace del amor a Dios al desprecio de sí" (cfr. Civitas Dei, san Agustín), que es incomprendida por la ciudad del mundo nacida de la inversión de ese amor. La de quién, por elevada que fuese su responsabilidad, con exquisita caridad, nunca está para juzgar a otros en descargo de sí.

Humildad y fe son en cierto modo como los goznes en que gira todo el libro. Hay al respecto pasajes que remueven, como cuando Benedicto se refiere al momento de la consagración en la misa, en que vive intensamente el "alter Christus".

Todo ello, entre tanto, se observa como en su núcleo naciente, ya de inicio, en la forma encantadora y entrañablemente familiar con que relata los episodios de su infancia y del entorno proporcionado por los suyos. La humilde condición de sus padres y el ambiente de fe seria en que vivían. El fuerte carácter de su progenitor y su preocupación por la formación de sus hijos. La fortaleza de la madre para apoyar con su trabajo de cocina el sostenimiento de la familia. El ambiente alegre y musical de su hogar, incluso cuando ya adolescente se avecinaba la sombra del nacismo y de la guerra.

El relato dramático de ese último tiempo, y de las intensas vivencias personales de los hermanos Georg y Joseph Ratzinger, da luego paso a los años de maduración en la vocación sacerdotal y de formación teológica en el más alto nivel, que proporcionaba la enjundiosa docencia de la Alemania de entonces, llena de grandes maestros, con altísimos niveles de exigencia.

Aparece en este contexto la audaz opción que realiza el joven sacerdote por el conocimiento profundo de la filosofía moderna y, en seguida, su discernida elección de San Agustín (materia de su tesis doctoral), mientras desconfía de las formas escolásticas en uso, como medio apropiado para dialogar con el mundo que renacía del destrozo total y de las cenizas.

Está aquí también en germen, quién dará al cabo una clave interpretativa del futuro Concilio Vaticano II, antes incluso que este se realizará, a través del famoso discurso que redactó al Cardenal Frings en 1962 y que mereció los mayores elogios de Juan XXIII.

La intensidad de lo vivido en esos años y después -atravesando desde su época de docente en las más importantes facultades de teología alemanas hasta su nombramiento por Pablo VI como arzobispo de Múnich- le permiten observar un sinnúmero de hechos determinantes, bien como conocer a personas y sus obras que gravitarán hondamente en la vida de la cultura y de la Iglesia.

Es de gran interés, por ejemplo, su mirada al resurgimiento de su país bajo la guía del canciller Konrad Adenauer. Asimismo, y sobre todo, su conocimiento profundo -en la docencia y en su condición de joven teólogo experto del Concilio- de los maestros de su tiempo, fuesen o no coincidentes en diversos temas. Desfilan así en la conversación apreciaciones de rico contenido relativas a nombres como Urs von Balthasar, Jean Danielou, Henri de Lubac, o de otros, también muy conocidos, con quienes debe trabajar en las comisiones conciliares (Karl Rahner, Ives Congar, etc). Se conoce también aquí, de primera mano, la no fácil relación con Hans Küng.

Su valoración certera del Concilio, a pesar de las dudas suscitadas por la crisis posconciliar en su jefe directo, el Cardenal Frings, constituye un testimonio antiguo de gran valor (ver recuadro Párrafos Seleccionados). Ella es consistente con su estrecha colaboración, por 20 años, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con Juan Pablo II y, más tarde, con todo su magisterio como Pontífice romano, a partir de 2005.

Si, en suma, las 300 páginas del libro que Seewald consigue realizar a través de sucesivas conversaciones con el Benedicto XVI del tiempo de sus "últimas conversaciones", es un logro histórico y espiritual magnífico, hay que decir que el capítulo XV y final, "Recapitulación", constituye una verdadera cima desde la cual él ve hoy, con agradecimiento, humildad, realismo, esperanza, amor a la verdad y una espiritualidad impregnada de fe, su intensa vida de servicio al hombre y a la Iglesia, y el mundo en torno.

Sin que reste interés ni agrado a su lectura, sólo cabría advertir que la traducción del alemán al idioma español, realizada por José Manuel Lozano, incurre en varios errores y giros inapropiados. Cabe desear, por la importancia de este documento único, que ello se corrija en las próximas reediciones.

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