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Columnistas

Agradecer

Por Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 30 de diciembre de 2016 a las 04:00 hrs.

Hay funciones que pueden y a veces deben interrumpirse temporalmente, por ejemplo el trabajo, el ejercicio físico, el comer o el dormir. Otras, en cambio, no admiten discontinuidad porque interrumpirlas pone al sujeto en riesgo de muerte. Tal es el caso de la respiración, en el plano biológico. Para sobrevivir espiritualmente se requieren al menos tres funciones ininterrumpidas: PENSAR, porque retroalimenta la razón, distintivo de lo humano; tras pensar, ELEGIR lo que se quiere o debe hacer, nutriendo así la propia libertad y dignidad; y AMAR, porque si uno deja de amar, ya está muerto: nadie puede existir sin amar y ser amado.

A estas tres funciones ininterrumpibles, la doctrina y experiencia religiosa añade una cuarta: ORAR. La oración es la respiración del alma. Mediante la oración, las innumerables miserias humanas se elevan hasta desposarse indisolublemente con las insondables misericordias divinas. El orante participa de la ciencia, sabiduría, potencia, justicia y fidelidad de Dios. Y Dios, por ser Amor, es la Vida del hombre. El creyente que interrumpe su oración arriesga morir por asfixia.

La oración, en efecto, PIDE. Pide a Dios lo que sólo Dios puede dar. Es el llanto del niño que mueve al padre a darle pan, seguridad, consuelo, certeza de ser incondicionalmente amado. Por la razón anterior, la oración ALABA: expresa maravilla y asombro ante la cercanía, ternura, celeridad y fidelidad que el Padre muestra en atender las súplicas de su niño-hijo. Y de ahí nace la oración que AGRADECE. Pedir, alabar, agradecer componen la santa trilogía de la oración. San Pablo es enfático y reiterativo: "no se cansen nunca de amar, y no interrumpan jamás la acción de gracias". ¿Por qué, en materia de oración, se limita al agradecer? Porque el pedir ya es un alabar, un reconocer de antemano la paternidad amorosa y la providencia presurosa de Dios. Y porque, siguiendo el ejemplo del Maestro en oración (Jesús al multiplicar los panes, Jesús al resucitar a Lázaro), el orante comienza su petición agradeciendo a Dios lo que todavía no ha recibido. Hay en ello una santa trampa y astucia sicológica: cuando el que te pide algo se adelanta a ensalzar tu reconocida clemencia y generosidad, y da por sentado que las honrarás también en este caso, por lo cual ya te está dando las gracias ¿qué otra respuesta te cabe sino conceder lo pedido, y -para no quedar como apretado o constreñido a lo justo- suplementar o incluso doblar su monto? Santa Teresa de Avila, Doctora de la Iglesia, lo experimentó y cuantificó así: "le doy las gracias por lo concedido, y Dios, de puro contento, me regala diez veces más". Y si vuelves a agradecer, el suplemento sigue creciendo en forma exponencial. Agradecer es la más rentable inversión. Y la mejor manera de concluir e iniciar un año.

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