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Los peligros del salario mínimo

Rubén Catalán: Como es tradicional en esta época del año...

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Como es tradicional en esta época del año, nos encontramos frente a una dura discusión pública respecto del reajuste del salario mínimo. Hay algunos matices que creo relevantes a la hora de analizar el tema.

El primero es que nos encontramos en franca desaceleración. Sabemos que alzas en el salario mínimo afectan el empleo, particularmente juvenil. Pero, ¿el impacto estimado es o no de la misma magnitud, si nos encontramos en la parte baja del ciclo? Aunque no es mucha la literatura al respecto, tras la crisis de 2008 un análisis para EEUU encontró que alzas en el salario mínimo podrían tener una elasticidad contra empleo juvenil que incluso duplique la de una época normal (Sabia, 2014). Mirando la coyuntura, aunque esta desaceleración no se compara con la norteamericana, pareciera que hay razones para preocuparse: el crecimiento de la actividad se “enfrió” desde el 5% a bajo el 3% en las últimas lecturas; la mayor parte de la creación de empleo en los últimos doce meses ha sido de empleos por cuenta propia para mujeres, de salarios bajos versus un empleo promedio, y el empleo asalariado masculino (que sí tiene remuneraciones sobre la media) está estancado desde mediados de 2013. Así, pareciera aconsejable realizar ajustes moderados, evitando amplificar el efecto del ciclo sobre el empleo.

Segundo, la desaceleración reciente ha venido acompañada de alta inflación, lo que realza el dilema normativo de cuánto “debiera” ser el ajuste. La inflación ha sido de 4,7% (en 12m), sobre el rango meta del BCCh. En los sectores con reajustes automáticos, este mayor IPC está empujando al alza los salarios, llevando al índice de remuneraciones a acelerarse en lo último. Por ende, aumentos del salario mínimo en torno al 5% ($ 220.000) en la práctica mantienen el salario en términos reales, y sólo preservan las diferencias frente a grupos que gozan de mayores salarios.

Tercero, difícilmente el aumento en el IPC apoya la visión de que las empresas estén gozando de mayores márgenes. En un entorno de alta competencia, las alzas en precios a consumidores se dieron como protección frente al mayor costo de bienes importados, consecuencia de una depreciación cercana al 20%. Por ende, un reajuste forzado a través del salario mínimo o inducido por la indexación de contratos no hace sino comprimir los márgenes aún más.

Todo esto para decir que la decisión es particularmente compleja en esta coyuntura. No me corresponde sugerir una cifra para esta discusión, pero pareciera ser que los costos en empleo serán inevitables en esta coyuntura. Optar por un reajuste alto sobre la inflación probablemente ayudará a que la cifra de desempleo se empine con más rapidez. Optar por un reajuste menor tiene efectos en la distribución del ingreso, y pondrá cuesta arriba llegar a la “meta” de salario mínimo indicada en el programa, de $ 250.000 hacia mediados del mandato. Es de esperar que el esfuerzo por contar con un mecanismo técnico institucionalizado donde se consideren estos elementos fructifique, y que el tradeoff entre empleo y salarios se considere, de manera transparente, a la luz de lo que realmente es óptimo para la sociedad.

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