Editorial

Acuerdo Transpacífico

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Luego de arduos años de negociaciones en donde, en la jerga propia de las tratativas comerciales, las partes hicieron gala de estrategias ofensivas (colocar en mejores condiciones sus productos) y defensivas (no sufrir menoscabo con los términos pactados), las doce naciones firmantes del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) alcanzaron hace unos días un punto de encuentro final que permitirá dar forma, tras la aprobación de los congresos, a lo que las autoridades califican como el esquema económico más grande y moderno del mundo.

En efecto, el hito alcanzado es uno de alcance histórico tanto en términos cuantitativos (involucra naciones que representan un 40% del PIB mundial), como cualitativo, ya que se trata de un pacto de última generación que sienta precedentes inéditos al resto del mundo.

Que Chile esté entre “los padres fundadores” de este tratado, como lo ha ilustrado el senador Ricardo Lagos Weber, es indudablemente una fortaleza y un activo, máxime porque según han indicado autoridades y representantes gremiales privados los intereses del país han quedado adecuadamente resguardados, entendiendo que toda negociación supone transacción.

En momentos en que el entorno externo relevante para el país se torna algo más complejo y en que uno de sus síntomas, el precio del cobre, pone presión al país como un todo, favorecer las condiciones de acceso a un mercado de más de 800 millones de consumidores no puede sino ser una buena noticia, sobre todo si ello se expresa en un estímulo a sectores exportadores, que permitan una diversificación de la matriz de ingresos del país.

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