Editorial

Agenda estudiantil y violencia

En las últimas jornadas la agitación estudiantil a nivel secundario y universitario ha comenzado a escalar en decibeles, desbordando en episodios de violencia...

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En las últimas jornadas la agitación estudiantil a nivel secundario y universitario ha comenzado a escalar en decibeles, desbordando en episodios de violencia y destrucción que sitúan el debate sobre un tema transversalmente reconocido como prioritario en el plano de la extorsión, como si acorralando en encerronas a los interlocutores o destruyendo el mobiliario de los establecimientos educacionales se “persuadirá” sobre la validez de los propios argumentos.



Más allá de si la agenda estudiantil está crecientemente adentrándose en el terreno de la ideologización, al resucitar propuestas de hace cuatro décadas, o si los petitorios exudan demandas excesivas y/o egoístas, al pedir que se prioricen sus necesidades sobre otros déficits sociales tanto o más urgentes que encara el país, lo que resulta absolutamente inadecuado es que no se quiera dialogar sino que imponer y que en ese afán incluso se amague la integridad física de un interlocutor como el ministro de Educación, quien, guste o disguste a los estudiantes, es quien representa la máxima autoridad sectorial, cargo que ha sido definido así en el ordenamiento institucional del país y al cual su actual titular llegó en representación de un gobierno elegido democráticamente.

Resulta crucial que en la actual coyuntura, y más allá de las diferencias de fondo que pueda haber en torno a un tema tan debatido y debatible, que todos los actores expresen su desaprobación a la violencia, las amenazas y la extorsión. En los últimos años se han hecho claros esfuerzos por mejorar la educación, con comisiones pluralistas y reformas legales, que, siempre se supo por la naturaleza del tema, no mostrarían resultados instantáneos.

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