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Raphael Bergoeing: “Nos habíamos convencido de que el mejor Estado era el más chico. En el contexto actual, no tiene sentido”

Presidente de la Comisión Nacional de Productividad, expresidente de Metro y exsuperintendente de Bancos en el primer gobierno de Sebastián Piñera considera que es el momento para pensar en un cambio en la Constitución.

Por: Pamela Cuevas V. | Publicado: Lunes 4 de noviembre de 2019 a las 04:00 hrs.
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Foto: Patricio Valenzuela
Foto: Patricio Valenzuela

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Tanto fue lo que sorprendió al economista y presidente de la Comisión Nacional de la Productividad (CNP), Raphael Bergoeing, el estallido social en el país, que desde el 18 de octubre ha intentando identificar las causas detrás del fenómeno. Motivado por su veta académica, se ha dedicado a investigar y a conversar con profesionales de distintas disciplinas, como psicólogos, antropólogos, urbanistas y sociólogos, entre otros.

Entre sus lecturas está “The Narrow Corridor”, de Daron Acemoglu y James Robinson, tras la cual se queda con la idea de que “al final del día, se está en un permanente camino por un callejón”, con dos extremos “malos”.

Parafraseando a los autores, ve que por un lado está el despotismo; y por el otro, la falta de Estado, que es la anarquía, es decir “el mercado selvático descarnado, donde cada uno se rasca con sus propias uñas”.

Pero, reflexiona quien fuera presidente de Metro y superintendente de Bancos e Instituciones Financieras en el primer gobierno de Piñera, “esto no es un problema sólo de falta de Estado o sólo de exceso de Estado; o de sólo de exceso de mercado o sólo de falta de mercado. Es un problema de todo y de ninguno de esos elementos a la vez. Y ahí viene el gran desafío de cómo enfrentar situaciones complejas como estas”.

De hecho, a propósito de las críticas y planteamientos de cambio, Bergoeing admite: “No sé si hay UN modelo. Lo que sé, es que hay muchos modelos, pero dentro de un tipo que es globalizado, donde el mercado juega un rol fundamental; y el Estado es un soporte esencial, que tiene que hacerse cargo de aspectos que van más allá del mercado”.

Y, en el entendido que hoy su preocupación está en que Chile pueda avanzar hacia el desarrollo incorporando a todos, su punto de partida está en la modernización del Estado, entendiéndola como la necesidad de “dignificar” los servicios básicos que éste le entrega a la ciudadanía. “Necesitamos más y mejor Estado. Nos habíamos convencido de que el mejor Estado era el más chico. Esto, en el contexto actual no tiene ningún sentido. Simplemente, no funciona así. Los países desarrollados tienen Estados más grandes”, afirma.

Un Estado “activo” que vele por la competencia a través de una férrea regulación. “Mientras los mercados no sean competitivos, las personas -que ya están descontentas por el bajo nivel de calidad de lo que reciben desde el Estado-, cuando llegan al mercado se encuentran con que la calidad no es lo que corresponde, los precios no son tan bajos como podría ser, la variedad no existe “, señala.

Lamenta no contar con “buenos” datos que le den mayores luces sobre la movilidad social para abordar la desigualdad. Toma el GINI, que es el indicador que le permite ver las diferencias de ingresos en un momento del tiempo y reitera que ahí aparece que “Chile es raro”.

Una de las anomalías, señala, es que la intervención del Estado no logra cambiar la desigualdad que genera el mercado. Y ejemplifica que el indicador de ingresos brutos (antes de que el Estado cobre impuestos y entregue beneficios) de las personas, tanto en Inglaterra como en Chile, es “igual de malo”. Pero una vez que interviene el Estado en el caso europeo, logra modificar la brecha.

Parte de la respuesta, dice Bergoeing, está en “la manera que han encontrado los europeos -y los países desarrollados- de aprovechar la actividad económica que genera el mercado, y redistribuirla de ricos a pobres, con impuestos más progresivos”.

Pero hace hincapié en que existe otra razón, más preponderante, incluso. Dichos impuestos se entregan a las personas de menores ingresos como aportes en dinero, lo que se conoce como transferencias monetarias directas. Mientras en países del Viejo Continente, estos aportes pueden representar más del 5% del PIB; en Chile solo llegan al 2%. Esto, afirma, tal vez por un “sesgo ideológico” de los economistas en las décadas de los ‘80 y ‘9

Economistas obnubilados

De la agenda social anunciada por el gobierno, destaca el ingreso mínimo garantizado. “Puede transformarse en una herramienta potente para mejorar y reducir la desigualdad en el futuro”, resalta.

Sin entrar en el debate del monto, agrega: “Esa política, expandida en muchas direcciones, es la que tenemos que imitar, profundizar y seguir para mejorar la distribución de ingresos y hacer un cambio relevante”.

- ¿Cual es su mea culpa como economista?

- Tiene dos aspectos. Uno, el haberse obnubilado desde la disciplina con este derecho que nos dieron -a los economistas- de no sólo participar en la toma de decisiones, sino que tomar la decisión final. En Chile, de alguna manera la mirada economicista se tradujo en que los economistas hemos gobernado el país.

- ¿Por ejemplo?

- El transporte es un caso. El sistema de micros amarilla funcionaba mal, era una jungla. Pero, al mismo tiempo, se hacía cargo de muchas necesidades que tenía la población.Cuando vino la transformación hacia el Transantiago, que buscó darle una mirada integral al sistema, volvió a predominar la postura economicista, la de corto plazo, que se preocupa de no gastar más plata de la necesaria, de no estar dispuesto a invertir en cosas hacia el largo plazo.

Se asumieron pocos riesgos y terminaron desde el Ministerio de Hacienda imponiendo restricciones al Transantiago, que dificultaron que funcionara bien.

- ¿No se asumió el riesgo para hacer cambios sustanciales?

- ¿Cuánto riesgo hemos asumido en Chile en los últimos 20 años? Cero. Hemos seguido preocupados como si estuviéramos a principios de la década de los ‘80. Cuando uno dice asumamos un poquito más de riesgo, alguien dice ‘no, porque eso es irresponsable’. No se trata de tirar la plata a la basura…qué más plata a la basura que la que tira el Estado con programas que no funcionan. Pero hay que asumir riesgos.

- Mencionó que el mea culpa tenía dos aspectos. ¿Cuál es el segundo?

- Muy cargados en los años ‘70 y ‘80, pusimos casi todo nuestro interés en pobreza y decidimos que la desigualdad no era el tema. Todas nuestras políticas las fuimos diseñando para reducir pobreza y fuimos exitosos. Pero dijimos que la economía no tiene nada que decir en términos de desigualdad. Dijimos que ese es un tema valórico, que la desigualdad es necesaria porque genera incentivo a innovar. Y sí, hay desigualdad necesaria, que es la que permite premiar el esfuerzo y la imaginación, pero también hay un montón de desigualdad -sobre todo en un país como este- que es simplemente fruto del azar o del lugar donde naciste, por lo tanto, no es justa. Y esa desigualdad, la miramos para el lado pensando que reduciendo la pobreza era suficiente.

- Aplicando lo de asumir más riesgo y de ir en la línea de las transferencias monetarias, ¿ve que hay espacio para subir las pensiones y para un mayor ingreso mínimo?

- Si todo lo queremos cambiar en un día, no vamos a poder. Ahora, estamos pagando por haber estado demasiado tiempo mirando para el lado en estas materias. Por eso, hay que pensar también en cambios estructurales.

- ¿Nos olvidamos de la regla fiscal por un par de años?

- Absolutamente. Ahora, si eso significa que la regla fiscal es una herramienta sin utilidad que tiene que ser eliminada del diccionario, no, por supuesto que no. Pero aprovechemos esta oportunidad para tratar de sacar algunas cosas positivas, entre ellas, llegar a un acuerdo que sea responsable en términos de tener compromisos de gastos sostenibles en el tiempo, pero con una mirada en la cual estemos dispuesto a hacer ciertos cambios estructurales que permitan financiar más gasto y ser un poquito más innovador.

- ¿Ve necesario hacer cambios a la Constitución?

- Parte del problema es diseñar nuevas políticas económicas que permitan mirar de una manera más parecida a la que han usado otros países y que han resultado ser bastante exitosos, asumiendo el desafío de la desigualdad y la pobreza;,como los europeos.

Parte de esto también pasa por un problema político. Desde mi preocupación por mejores políticas públicas que permitan que este país avance sustentablemente en el tiempo, la reforma del 2005 fue nefasta, dificultó más que el gobierno elegido democráticamente pueda realizar reformas que son impopulares políticamente, pero necesarias para alcanzar el desarrollo.

Leo en el diario que los italianos prácticamente todos los meses hacen cambio de gabinete, y ahí siguen: séptimos en ingreso per cápita. Tenemos que acostumbrarnos a que las crisis van a ser cada vez más habituales, que el descontento social no se va a terminar (no se va ir a cero), que las frustraciones existen. Por lo tanto, hay que tener un sistema político democrático que pueda funcionar en ese contexto.

- ¿Cómo se consigue eso?

- Teniendo un mecanismo político más flexible, que pueda con mayor frecuencia hacer cambios de gabinete, sin que la figura del Jefe de Estado -que es el presidente electo por sufragio universal- esté en cuestionamiento. Que hoy estén pidiendo que el presidente Piñera llame a elecciones anticipadas, es de una irresponsabilidad supina que puede tener un costo institucional brutal.

Entonces, cómo logramos caminar por esta cornisa que tiene el despotismo a un lado y la anarquía al otro… es con un sistema que sea capaz de tener la flexibilidad de adaptarse a los distintos momentos y sentimientos. Ese es uno que tiene un Jefe de Gobierno y un Jefe de Estado separado. Y ojalá volver a gobiernos con reelección para que puedan asumir mayores riesgos.

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