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Argumento a favor de un globalismo sensato sigue siendo fuerte

Los desafíos políticos más apremiantes de la actualidad requieren la cooperación multilateral.

Por: Martin Wolf | Publicado: Miércoles 17 de julio de 2019 a las 09:14 hrs.
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Cortesía Financial Times
Cortesía Financial Times

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"Homo sum: humani nihil a me alienum puto". (Soy un ser humano: Nada humano me es ajeno). Estas palabras de Terencio, un escritor romano del siglo II a. C., constituyen un noble lema para nuestro tiempo. Definen una posición reprobada por muchos, incluyendo al presidente de Estados Unidos, como "globalismo". Sin embargo, eso debiera significar más que la globalización económica; o, como algunos la llaman, "neoliberal". Debe significar que la humanidad tiene obligaciones e intereses globales. Para cumplir con las primeras, y promover los segundos, el Estado nación representa el comienzo. Pero también debemos pensar y actuar mucho más allá de los confines del Estado nación.

Esto ha sido evidenciado por las fotografías de la Tierra como una canica de un azul brillante suspendida en el espacio. Éstas representaron la culminación de medio milenio de exploración y de descubrimientos científicos que les infundieron vida a las palabras de Terencio. Los seres humanos están estrechamente relacionados. Son parte de una compleja red de vida. Ellos comparten un planeta que es el único en el sistema solar que sostiene vida de cualquier tipo. Puede que exista más vida como la nuestra en otras partes del universo. Pero, hasta ahora, no la hemos encontrado. Estamos solos.

Este hecho, en sí, debería hacernos pensar globalmente. Pero existen otras razones para hacerlo, tanto morales como prácticas.

Pensar globalmente

Uno de los grandes logros de la conferencia de Bretton Woods, cuyo septuagésimo quinto aniversario celebramos este mes, fue incluir el desarrollo como una meta. Esto estableció una obligación moral: ayudar a todos los humanos a alcanzar un nivel de vida adecuado para vivir una vida plena. Es posible objetar el alcance del éxito. Pero actualmente estamos cerca de eliminar la extrema miseria humana: esas vidas "desagradables, brutales y cortas" descritas por Thomas Hobbes, el filósofo político del siglo XVII. La disminución en la proporción de la humanidad que vive en la pobreza absoluta, a menos del 10%, representa un logro significativo.

Sin reservas, estoy a favor de continuar apoyando las políticas y los programas, incluyendo el desarrollo orientado hacia el comercio, que ayudaron a lograr esto. La noción de que pueda ser necesario impedir el auge económico de los países no occidentales para cimentar la dominación occidental, es, en mi opinión, una abominación.

Sin embargo, el globalismo tal como yo lo he definido —una responsabilidad por la humanidad y por el planeta en su conjunto— también es una causa práctica.

En una columna de 2012, titulada "El anhelo del mundo por los bienes públicos", argumenté que la variedad de bienes públicos que necesitamos en la actualidad ha aumentado enormemente con la complejidad de nuestras economías y de nuestras sociedades. Por la misma razón, cada vez más, esos bienes públicos son globales. Compartimos la biosfera. Eso hace que la protección del medio ambiente sea un bien público global. Pero, ¿alguien en Europa o en EEUU duda que las guerras en las regiones vecinas les afectan? Es por eso que la paz también es un bien público global. También lo es una economía mundial predeciblemente abierta y estable. También lo es el desarrollo: un mundo empobrecido es un mundo inestable. Por doquiera que miremos, vemos bienes públicos globales.

Ésa es la razón por la que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial decidieron crear instituciones internacionales eficaces. Ellos habían experimentado una desenfrenada soberanía nacional. El resultado había sido catastrófico. Nada, desde entonces, ha hecho que la cooperación global sea menos esencial. Esto es cierto en Europa, por lo cual la decisión británica de darle la espalda a la Unión Europea (UE) es deprimente. Es cierto a nivel mundial, por lo cual las decisiones de EEUU de darle la espalda al acuerdo de París sobre el clima y de repudiar las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) también son deprimentes. Los bienes públicos globales sólo pueden proporcionase mediante la cooperación entre los Estados; si se niegan a cooperar, no se proporcionarán estos bienes.

El globalismo, ampliamente definido, es ineludible. Pero también crea desafíos.

Desafíos globales

El primero es que los seres humanos están organizados políticamente dentro de los Estados. Esos Estados funcionan porque crean identidades y lealtades, las cuales son necesarias para que los Estados, especialmente los democráticos, funcionen exitosamente. La cooperación global también depende de las operaciones de los Estados eficientes y, por lo tanto, legítimos. De ello se deduce que las políticas también deben ser juzgadas en términos de su legitimidad interna. En algunos casos —estando la inmigración entre los más importantes— ese equilibrio se ha perdido. El control sobre quién vive dentro de un país es un aspecto fundamental de la soberanía. Globalismo no significa tener un mundo sin fronteras. Eso sería inviable: sin fronteras, no habría Estados. Sin Estados, no habría orden, nacional o global.

El segundo reto es gestionar la interrelación entre lo global y lo nacional. La experiencia indica que hemos ido demasiado lejos en algunas áreas y que hemos hecho muy poco en otras. En materia de economía, la globalización de las finanzas, posiblemente, ha ido demasiado lejos. Algunos creen que el comercio internacional también ha ido demasiado lejos. Pero un minucioso estudio de la evidencia por parte de Elhanan Helpman, de Harvard, en su libro "Globalization and Inequality" (Globalización y desigualdad), demuestra que no es así. El comercio liberal no ha sido una fuente dominante de creciente desigualdad dentro de los países. Mientras tanto, las áreas donde la cooperación global no ha ido lo suficientemente lejos incluyen los impuestos a las empresas y el medio ambiente.

El último desafío, y quizás el más importante de todos, es contener la tendencia humana natural de culpar a los extranjeros por los fracasos de la política interna y por las escisiones en los intereses nacionales. Si el comercio no es la fuente dominante de la creciente desigualdad, ¿qué lo es? La tecnología es una de las respuestas. Las cambiantes normas de la gobernanza corporativa son otra. Pero enfrentar esto es mucho más difícil que culpar a las importaciones y a los inmigrantes. Además, muchos males no tienen nada que ver con lo global. La dependencia de los estadounidenses del seguro de salud relacionado con el empleo es una fuente masiva de inseguridad y de ansiedad. Esto claramente no tiene nada que ver con el comercio. Culpar a los extranjeros puede ser una exitosa táctica de distracción. También es altamente destructivo.

Debemos pensar y actuar globalmente. No tenemos otra alternativa. Eso no significa lo mismo que apoyar el "laissez faire" global. Se trata, más bien, de defender el globalismo cooperativo. Tal globalismo está en manos de los Estados legítimos. Nadie duda esto. Pero los Estados legítimos no necesitan ser abusadores xenófobos. Por el contrario, pueden y deben lograr un equilibrio entre los reclamos y las preocupaciones de lo local, lo nacional, lo regional y lo global. Esto es difícil. Lo más sencillo es culpar a los pérfidos extranjeros y a sus partidarios "globalistas" por todo lo que sale mal. Es una efectiva táctica política, porque los seres humanos son muy tribales. Pero, al mismo tiempo, este enfoque es potencialmente catastrófico.

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