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Padre Raúl Hasbún

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 7 de abril de 2017 a las 04:00 hrs.
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El indulto (del latín, tener indulgencia, condescendencia, empatía, misericordia) es una gracia que concede un Poder del Estado para perdonar a alguien, total o parcialmente, la pena que le ha sido impuesta, o conmutarla por otra más benigna. Indultar es perdonar. Amnistía (del griego, perder la memoria) es el olvido legal, en cuya virtud un Poder del Estado extingue por completo la pena y los efectos de la pena, en quien ha cometido un delito. Amnistiar es olvidar. Ambas instituciones- indulto y amnistía- se contienen en el art. 93 de nuestro Código Penal. Su ejercicio - por el Poder Ejecutivo o el Legislativo- está normado en los arts. 32 y 60 de nuestra Constitución. Afirmar como un dogma, reiterar hasta el cansancio, actuar y obligar a que se actúe bajo el imperativo "Ni perdón ni olvido" es ponerse, y poner al país, fuera de la Constitución y de la ley.

Un minúsculo sector muy vociferante ha decidido que no habrá ni puede haber indulto o amnistía para quienes ellos juzgan por siempre inmerecedores de indulgencia y perpetuamente incapaces de redención; aunque cumplan todos los requisitos legales. Su consigna antihumana desconoce la experiencia histórica de culturas milenarias que- mediante ellas- superaron conflictos sociales capaces de desangrar y desalmar a sus naciones. La ley del año jubilar hebreo prescribía que cada 7 semanas de años las deudas quedaban extinguidas y los esclavos eran liberados. Los emperadores romanos ejercían el indulto, mereciendo uno de ellos el elogio de Cicerón: "ninguna de tus virtudes, oh César, es tan admirable ni tan grata como tu misericordia". Ambas tradiciones se reencuentran en el singular indulto que Pilato –timorato – otorgó al terrorista Barrabás, porque unos pocos gritaban más fuerte que los que creían en la inocencia del Justo. Y los griegos fueron geniales en designar el perdón de la ley bajo el concepto de Amnesia: no era sólo dejar en libertad, sino expulsar los fantasmas del pasado y expurgar los recuerdos que incitan a la ley del talión. Un cerebro sano imita la sabiduría de un intestino sano.

Nuestros uniformados que purgan condena por violar derechos humanos, en vano se esfuerzan por demostrar que cumplen los requisitos legales para ver reconocido su derecho humano al indulto o amnistía. No son iguales ante la ley. Una devastadora enfermedad terminal, una mente nublada por enajenación total hacen imposible aplicarles cualquier finalidad de una condena penal; pero no se les permite morir en paz, con sus familias. Los recordaremos, este Viernes Santo, junto con todos los privados de libertad. Cada uno trasparenta el rostro de Cristo crucificado, clamando por justicia y misericordia. En su silencio impotente se hace escuchar la sentencia de Cristo Juez Misericordioso: "bendito el que tuvo, maldito el que no tuvo misericordia conmigo. El que estaba en la cárcel, era Yo".

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