Juan ignacio Brito

Vivito y coleando

JUAN IGNACIO BRITO Profesor Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Viernes 14 de mayo de 2021 a las 04:00 hrs.
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Juan ignacio Brito

Hace algunos años pareció que el populismo de izquierda perdía aire en América Latina. Los triunfos de la derecha en Colombia, Argentina, Uruguay, Paraguay, Perú y Chile, unidos al viraje del ex correísta Lenin Moreno en Ecuador, la caída de Evo Morales en Bolivia, las protestas contra Daniel Ortega en Nicaragua y al auge de la oposición venezolana liderada por Juan Guaidó, sugerían que las horas estaban contadas para esa corriente.

Sin embargo, la contraola extravió el rumbo, mientras las fuerzas de la izquierda populista consiguen reagruparse con éxito en varios países de la región.

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Existe inquietud en Perú por la ventaja que exhibe en las encuestas Pedro Castillo por sobre Keiko Fujimori para el balotaje del 6 de junio. En Bolivia, Luis Arce reconquistó el poder para el MAS. Los gobiernos de derecha de Colombia y Chile están arrinconados por protestas que reclaman cambios profundos. En Argentina, la dupla Fernández y Fernández supone la revitalización de un peronismo que, aunque distante de la matriz marxista del bolivarianismo procubano, se inscribe con comodidad en el bloque de la izquierda populista latinoamericana. En Brasil resurge Lula, mientras en México impera Andrés Manuel López Obrador casi sin resistencia. Finalmente, en Venezuela y Nicaragua, Nicolás Maduro y Daniel Ortega, que en algún momento enfrentaron una oposición activa en las calles, han conseguido superar la tormenta y ahora parecen firmes, profundizando la deriva autoritaria que impulsan desde hace años.

Resulta obvio, entonces, que las noticias de la muerte del socialismo del siglo XXI han resultado exageradas. Se trata de una tendencia que no ofrece una salida real para problemas tan latinoamericanos como la desigualdad, la pobreza y la fragilidad institucional. Por el contrario, a menudo los profundiza y les añade el autoritarismo. Pero, pese a todo, sigue concentrando una fuerza política y social formidable con una enorme capacidad disruptiva.

Parte de su vigor reside en la incapacidad de sus rivales para descifrar las causas que le dan origen y en la errada creencia de que se trata de un fenómeno basado únicamente en el caudillismo de unos iluminados. A estas alturas debería estar claro que no es así, y que la mejor manera de enfrentarlo es contar con élites comprometidas con erradicar las exclusiones sociales de todo tipo que abundan en nuestro hemisferio.

Como las iniciativas regionales para lidiar con el populismo de izquierda parecen agotadas (los fracasos de Unasur y el Grupo de Lima son las evidencias más recientes), la pista luce despejada para una intervención de potencias extrarregionales. Sin embargo, pese a la obvia amenaza que constituye para el experimento democrático latinoamericano iniciado en los 80 y los 90 del siglo pasado, el populismo de izquierda y sus inclinaciones autoritarias no parecen atraer suficiente atención norteamericana ni europea como para imaginar una acción decidida de parte de Washington o Bruselas. En el caso del primero, solo el interés de China por expandir su presencia en la región o los vínculos rusos e iraníes con Venezuela revisten el potencial de alterar la prescindencia norteamericana respecto de su patio trasero.

Todo indica que nos acercamos a un renovado período de influencia del populismo de izquierda en América Latina. Habrá que ver qué disposición trae en esta segunda oleada, que en muchos casos parece animada por un espíritu de revancha que puede resultar aún más peligroso para la continuidad de la democracia constitucional en la región que lo que sucedió en la primera ola de principios de siglo.

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