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¿La política económica puede solucionar los problemas económicos?

Jason Furman ex presidente del Consejo de Asesores Económicos de Barack Obama (2013-2017)

Por: Jason Furman | Publicado: Viernes 16 de febrero de 2018 a las 04:00 hrs.
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Jason Furman

El año 2016 fue testigo de varios ataques, y de algunos intentos frustrados, al orden global basado en las reglas que han apuntalado la prosperidad en las economías avanzadas del mundo y el rápido crecimiento de muchas economías emergentes. Luego vino un debate sobre si la causa fundamental de estos ataques populistas es económica o cultural. La respuesta es una mezcla de ambas cosas, porque las explicaciones culturales plantean el interrogante de por qué ahora, mientras que las económicas ofrecen una pronta respuesta: la desaceleración significativa del crecimiento del ingreso.

El desafío está en la desconexión entre las aspiraciones económicas de los descontentos y las herramientas políticas para enfrentarlas. Y, en algunos casos, las propias herramientas pueden ser políticamente contraproducentes. Aun así, debemos intentarlo, porque las encuestas de satisfacción con la vida revelan algunas tendencias perturbadoras. La satisfacción con la vida en Estados Unidos, según la medición de la Encuesta Social General, llegó a un peak en 1990 y ha venido descendiendo de modo sostenido. Otras economías importantes también han experimentado niveles en baja de bienestar autodeclarado.

La agenda política correcta es una que estimule un crecimiento más sólido y más inclusivo. Si bien los detalles varían de un país a otro, por lo general incluyen mejorar la educación, aumentar la inversión en infraestructura, expandir el comercio, reformar los sistemas tributarios y garantizar que los trabajadores tengan una participación adecuada en lo que concierne a sus futuros económicos.

Pero me preocupa que en las economías avanzadas, todas estas políticas combinadas sólo puedan causar una pequeña mella en los problemas de hoy. Los países en desarrollo pueden soportar grandes oscilaciones en el crecimiento como resultado de cambios políticos e institucionales importantes, como por ejemplo la liberalización económica en América Latina. Pero todas las economías avanzadas están creciendo a tasas muy similares y nada en las últimas décadas sugiere que las políticas estructurales puedan tener un impacto significativo en el crecimiento de mediano y largo plazo.

Si las economías avanzadas hicieron las cosas bien, su tasa de crecimiento podría aumentar en un 0,3 punto porcentual. Por cierto, vale la pena hacerlo, gran parte de la política económica tiene que ver con encontrar maneras de agregar pequeños incrementos a la tasa de crecimiento.

Asimismo, deberíamos estar haciendo un esfuerzo mucho más contundente para reducir la desigualdad. En algunos países, eso significa fortalecer el poder de negociación de los trabajadores a la vez que se enfrentan las cuestiones que lo debilitan, como la connivencia de los empleadores y las limitaciones a la capacidad de los empleados de cambiar de trabajo.

Las políticas que promueven la competencia y reducen las rentas ineficientes también ejercen un papel importante. Eso incluye reglas antimonopolio más enérgicas y esfuerzos por reducir las barreras de ingreso. Pero el impacto plausible de estas políticas no alcanzaría para superar los temores de la gente por la desigualdad y el lento crecimiento del ingreso.

Otras políticas son sensatas desde un punto de vista económico, pero pueden ser políticamente contraproducentes. Por ejemplo, si bien coincido con la opinión generalizada de que una red de seguridad social robusta es necesaria para proteger a los “perdedores” de la globalización y la competencia basada en el mercado, temo que la creación de esa red pueda reforzar la cohesión social tanto como debilitarla.

Esas políticas económicas son los pasos correctos, pero debemos ser humildes respecto de nuestra opinión sobre qué soluciones podrían servir para abordar problemas económicos actuales, particularmente la necesidad de promover niveles superiores de empleo.

La solución para nuestros problemas políticos, en 2018 y después, tal vez no resida en políticas nuevas o circunstancias materialmente distintas, sino en encontrar mejores maneras de comunicar los desafíos que enfrentamos, los esfuerzos que se están haciendo para abordarlos y los límites inherentes que confrontan todos los responsables de las políticas. Tiene que haber una mejor respuesta que simplemente mentirle a la gente sobre qué son capaces de lograr nuestras políticas.

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