Columnistas

Orquesta de un instrumento

director ejecutivo de IdeaPaís

Por: Antonio Correa | Publicado: Viernes 30 de septiembre de 2016 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

El gobierno de la Nueva Mayoría ha sobrepasado ya los dos años y medio: cada vez queda menos para su término y más tiempo ha pasado desde la elección que los llevó a La Moneda el 2013. A pesar de ello, la derecha aún es incapaz de restructurarse y definir rumbos claros. Al mirarla, aún tenemos la impresión de que está perdida, dando palos de ciego (sensación, al parecer, compartida por ella misma). En definitiva, la gran pregunta que se hace la derecha chilena hoy es: ¿qué peleas políticas dar?

Una primera opción, siempre a la mano, es recurrir a su capacidad de administración: la derecha administra mejor un país, lo hace crecer. El gran problema es que lo que congrega personas en torno a un proyecto son los sueños y aspiraciones, no la frialdad de los números aislados. Entonces, salvo situaciones de crisis económica, esta opción resulta totalmente desaconsejable, alejando más que convocando, y al poco rato la nueva pregunta instalada es: ¿qué se ha hecho mal?

Otra pelea, que a veces se opta por dar, es la reivindicación de sus propios logros históricos. Los chilenos que ha sacado de la pobreza, la reconstrucción del país, el orden y esfuerzo, etc. Es aquí donde algunos aventuran monumentos, pues creen que el problema para enfrentar el debate político es que otros han interpretado la historia de manera adversa y, por lo tanto, lo más importante es dar esa batalla. El problema es que las elecciones son sobre el futuro (salvo que alguien se encargue de revolver la herida… algo así como acuñar conceptos como “cómplices pasivos” en campañas desatadas). Y si son sobre el futuro, la recurrencia compulsiva al pasado desperfila.

¿Debe pelar la derecha por los temas “valóricos”? Muchos ya están cansados de la larga discusión del aborto. Sólo hay desgaste y no mucho que ganar, piensan. Entramparía a la derecha y, como si fuera poco, las disputas que en ese terreno ha perdido luego le han dejado de importar, transmitiendo la idea de que simplemente fue un interés momentáneo (¿para que desgastarse en lo pasajero?).

Así se van descartando varias discusiones, pues el ambiente cultural y social las hace muy difíciles. Al final, lo que aglutina a la derecha, la pelea que decide dar en conjunto, es la estrictamente económica. No importa mucho si este político piensa tal y cual tema en materia moral o política, lo relevante es su visión económica. Se encierra en el Excel. Se aísla en el PIB.

Quizás esta inseguridad juvenil sobre la propia identidad, aunque ya vieja por los años, se debe precisamente a una idea que permea a la derecha completa: que sería posible sectorizar y separar las discusiones. Una cosa es hablar de economía, otra de cultura y algo muy distinto sería lo “valórico”. La izquierda entendió hace mucho tiempo (quizás con Gramsci o quizás antes) que todo está entrelazado y que la vida política de un país no se juega solamente en los números de la economía, sino que en la cultura social. Partir pensando que todo está perdido es, precisamente, abandonar la posibilidad transformadora que tienen las propias ideas. Abandonar, antes de empezar. Es como querer hacer rentar el dinero sin esfuerzo: la magia es una seducción vieja, pero que siempre se comprueba falsa como vemos una y otra vez en estafas de alto vuelo.

¿Es acaso posible defender la economía libre sin entender debidamente la libertad? ¿Es el lucro una discusión simplemente sobre la propiedad o tiene que ver también con la justicia? ¿Puede discutirse de justicia sin hablar sobre el bien debido a otro? ¿No se juega el bien del otro también en lo valórico? La izquierda hace rato que abandonó su tono monocorde sobre la lucha de clases para intentar hacer música con más instrumentos. ¿Hasta cuando esperamos la orquesta de derecha?

Lo más leído