Padre Hugo Tagle

“Vamos lento, que tengo prisa”

Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle

Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 30 de mayo de 2016 a las 04:00 hrs.
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Se le atribuye a Napoleón el haberle dicho a su ayudante “Vísteme despacio que tengo prisa”, ya que tenía un compromiso importante y quería llegar tan a tiempo como bien vestido.

Las prisas a nada bueno conducen. La ansiedad es el nuevo signo del tiempo. Una condición cada vez más frecuente en adultos, jóvenes y, por imitación de la ansiedad adulta, en niños. Nos estamos malacostumbrando a vivir bajo un estrés que solo intoxica la realidad.

La ansiedad revela miedo al futuro, aumenta la sensación de incertidumbre, hace crecer recelos y desconfianzas frente a los demás. Los humanos desarrollamos la capacidad de anticipar y prever, herramienta con la que no cuenta el resto de los mamíferos, que solo viven el presente. Ello nos permite solucionar problemas incluso antes de que estos aparezcan. Pero ello mismo se puede volver en contra nuestra, construyendo problemas donde no los hay. De previsores, pasamos a atarantados y atropelladores.

El Papa Francisco le dedica un notable párrafo en Amoris Laetitia a las ansiedades modernas y da, a su vez, sabios consejos para vencerla: “En este tiempo, en el que reinan la ansiedad y la prisa tecnológica, una tarea importantísima de las familias es educar para la capacidad de esperar”. Y añade que se trata de “encontrar la forma de generar la capacidad de diferenciar las diversas lógicas y de no aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la vida. La postergación no es negar el deseo sino diferir su satisfacción”.

Debemos crecer en la capacidad de esperar, de vencer el vicio del “quiero y tengo”. La ansiedad no favorece la libertad personal; la enferma. “Posponer deseos, por legítimos que sean, nos enseña a ser dueños de nosotros mismos, autónomos ante los propios impulsos”, añade el Papa.

La ansiedad se alimenta de ansiedad. No pocas veces nuestra mente divaga en el futuro, intentando prever y controlar las variables de lo que podría suceder. Nos agobian pensamientos intrusivos del tipo: “qué pasará mañana”, “cómo voy a hacer para resolver esta situación...”. Sentimos que, pensando más en ellos encontraremos una solución anticipada y, en realidad, solo agrandamos su dimensión.

San Pablo nos regala una buena clave: “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”. (Fl 4,6-7)

La oración reposada es una receta siempre a mano y gratis.

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