Editorial

Una cumbre que podría hacer historia

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Imagen foto_00000001ocas cumbres merecen tan justificadamente el calificativo de "histórica" como la que celebraron este lunes los Presidentes de Estados Unidos y Corea del Norte.

El inédito gesto de acercamiento entre estas dos potencias tan diametralmente opuestas, cuyos cañones se apuntan mutuamente hace más de medio siglo en una de las fronteras más peligrosas del globo, tiene todos los elementos para hacer historia: la primera reunión entre jefes de Estado de ambos países; la posibilidad (aún lejana) de un tratado de paz que ponga a fin a casi siete décadas de hostilidad; el peligro siempre latente de un devastador cataclismo nuclear; una región clave del mapa geopolítico mundial que incluye a China, Estados Unidos, Japón, Surcorea, Australia y todo el sudeste asiático; la perspectiva de que finalmente se incorpore al siglo XXI una de las sociedades más cerradas, atrasadas y opresivas del planeta.

Pero aunque la actual distensión y su potencial deben ser celebradas, abundan también las razones para matizar la cita Trump-Kim con grados de escepticismo.

La primera es que el éxito de la cumbre depende de las personalidades de sus dos protagonistas, que sólo meses atrás intercambiaban insultos y amenazas con la misma soltura que este lunes intercambiaron sonrisas y apretones de manos.

Por otro lado, lo que se conoce hasta ahora del acuerdo entre ambos líderes parece tan prometedor como ambiguo. Aunque los objetivos correctos son mencionados —paz, desnuclearización, verificación—, los métodos, los actores y los plazos no. Esto es crítico tratándose del régimen norcoreano, que ha sistemáticamente incumplido todos sus compromisos con la comunidad internacional desde su fundación, y cuya conducta errática y agresiva bajo tres gobernantes de la familia Kim ha sido una constante fuente de amenaza para la región.

Por último, ninguna paz sería deseable si no implica un cambio radical en la documentada situación de miseria y opresión en que vive la mayor parte de los norcoreanos bajo una dictadura hereditaria, reconocidamente culpable de gravosos crímenes contra la humanidad. El Presidente de los Estados Unidos no puede dejar eso fuera de la mesa.

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