Recientemente se anunció la construcción del nuevo aeropuerto de Santiago, que con una inversión de US$900 millones duplicará la capacidad de pasajeros al 2020. A partir de este importante hito que busca sobrellevar la actual demanda de 16 millones de viajes al año, cabe reflexionar sobre la diferencia en la estrategia de planificación urbana que tenemos y el diseño de infraestructura a nivel país.
La urgencia de poner al día el principal terminal aéreo responde a un aumento explosivo en la demanda de viajes, pero también es la puerta de acceso y la primera impresión que ofrece Chile al resto del mundo. No obstante y a pesar de las razones de peso que –con ciertos bemoles- hacen de “SCL” un motivo de orgullo nacional, no hemos sido capaces de traspasar este sentido de urgencia y de visión a otros ejes estructurales.
Estratégicamente, estamos trabajando en los puentes que nos unen al mundo, sin embargo, ¿cómo estamos para recibir al mundo en nuestro país y conectarlo con nuestras ciudades? Aplaudo nuestros avances pero estamos sobreponiendo razones muchas veces políticas antes que técnicas, ya que la inversión en infraestructura de gran escala no da los réditos necesarios para que el gobierno de turno coseche votos.
Combatir esta inercia es una tarea difícil, pero la necesidad de hacerlo es inminente. Así como SCL, nuestras carreteras, puentes, puertos, parques públicos, ciclovías, medios de transporte, centros deportivos, culturales y hospitales necesitan de una mayor ambición por una mejor calidad. Lo mismo con la descentralización y la inversión en atractivos turísticos que inyecten recursos a las regiones.
Y conseguir eso tiene que ver con una permanencia y transversalidad en la visión estratégica, en la planificación y en la toma de decisiones en el largo plazo. Un gran ejemplo es la fórmula autónoma del Banco Central, cuyos consejeros operan de manera independiente a los vaivenes políticos y los cambios de gobierno, donde a nadie le cabe duda la capacidad y compromiso que estos tienen con la responsabilidad que se les ha investido por votación y merecida reputación.
Tal vez repensar en la capacidades, atribuciones de un DOM, generar un comité técnico, con autonomía, transversalidad y desinterés político, es un pasaporte hacia una infraestructura de clase mundial, en donde la meta a la que queremos llegar esté cuantificada no solo a 4 años, sino por 10, 15 ó 20 y nunca pierda continuidad.
En 2020 tendremos el aeropuerto más moderno de América Latina, rankeado dentro de los 100 mejores del mundo. ¿Por qué no llevar esa misma ambición a tantas otras plataformas que hasta el momento sólo se defienden con medidas de mitigación a la chilena? Llevemos nuestro país a la elite de la clase mundial.