Hay fuertes indicios sobre que las economías tienen un mejor desempeño cuando se tiene un mercado laboral rígido y, tal como el FMI ha demostrado, cuando existe una menor desigualdad (y, un mercado laboral rígido, normalmente conduce a una menor desigualdad). Por supuesto, los financistas y ejecutivos de las corporaciones que pagan US$1.000 para asistir a la reunión de Jackson Hole ven las cosas de manera diferente: los salarios bajos significan altas ganancias, y las tasas de interés bajas significan altos precios de las acciones.
La Reserva Federal tiene un doble mandato: promover el pleno empleo y lograr una estabilidad de precios. Ha tenido más éxito con el segundo mandato, en parte porque tuvo menos éxito con el primero. Por lo tanto, ¿por qué los formuladores de políticas pondrán en tapete de discusión un alza en las tasas de interés en la reunión de la Reserva Federal que se celebrará este mes de septiembre?
El argumento habitual para elevar las tasas de interés es amortiguar un sobrecalentamiento de la economía en la cual las presiones inflacionarias se han elevado demasiado. Obviamente, al presente este no es el caso. De hecho, dado el estancamiento de los salarios y el dólar fuerte, la inflación está muy por debajo del objetivo del 2%, objetivo establecido por la propia Reserva Federal, sin ni siquiera tener que mencionar la tasa del 4% que ha sido la tasa recomendada por muchos economistas (entre ellos por el ex economista en jefe del FMI, Olivier Blanchard).
Los halcones que van a la caza de la inflación argumentan que el dragón de la inflación debe ser decapitado antes de que comience a despertar: si no se actúa ahora, se pagará por ello en un año o dos. Pero, en las actuales circunstancias, una inflación más alta sería buena para la economía. Esencialmente no hay riesgo de que la economía se sobrecaliente tan rápidamente que la Reserva Fed no podría llegar a intervenir a tiempo para evitar una inflación excesiva. Cualquiera fuese la tasa de desempleo con la que las presiones inflacionarias se conviertan en significativas –una interrogante clave para los formuladores de políticas– sabemos que es muchísimo menor que la tasa actual.
Si la Reserva Federal se centra de manera excesiva en la inflación, empeora la desigualdad, que a su vez empeora el desempeño económico en general. Los salarios tambalean durante las recesiones; si la Reserva Federal bajo dichas circunstancias sube las tasas de interés cada vez que se presente una señal de crecimiento de los salarios, la participación de los trabajadores disminuirá sin llegar a recuperar lo que se perdió durante la recesión.
El argumento a favor de subir las tasas de interés no se centra en el bienestar de los trabajadores, sino en el de los financistas. La preocupación es que en un entorno de tasas de interés bajas, la "búsqueda irracional de rendimientos" avive distorsiones en el sector financiero. En una economía que funciona bien, uno habría esperado que un bajo costo del capital sea la base para un crecimiento saludable. En EEUU, se pide que los trabajadores sacrifiquen sus formas de vida y su bienestar para proteger a financistas ricachones de las consecuencias causadas por sus propias imprudencias.
La Reserva Federal debe de manera simultánea estimular la economía y sosegar los mercados financieros. Una buena regulación significa algo más que simplemente prevenir que el sector bancario cause daño al resto de las personas (aunque la Reserva Federal no hizo un buen trabajo al respecto antes de la crisis). También significa adoptar y hacer cumplir las normas que restringen el flujo de fondos que se dirige a actividades de especulación y alentar a que el sector financiero desempeñe en nuestra economía el papel constructivo que debiese desempeñar, al proporcionar capital para establecer nuevas empresas y permitir que las empresas exitosas se expandan.
A menudo siento una gran compasión por los funcionarios de la Reserva Federal, ya que deben tomar decisiones que revisten riesgos en un ambiente de gran incertidumbre. Pero la decisión que en este momento se debe tomar no reviste riesgos. Por el contrario, no podría ser una decisión más obvia: este no es un momento para endurecer las condiciones crediticias y ralentizar la economía.
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