Economía

“Capital natural”: Cómo salvar el planeta sin destruir la economía

Por: Edmund S. Phelps, premio Nobel de Economía 2006 | Publicado: Martes 2 de enero de 2018 a las 04:00 hrs.
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En su reciente libro Endangered Economies, el economista Geoffrey Heal hace una reseña de las numerosas medidas tomadas para impedir un agravamiento del cambio climático, y señala que el daño a la naturaleza tiene consecuencias graves no sólo en relación con el aire y el agua de los que depende nuestra existencia, sino también para la actividad empresarial, que hubiera sido imposible sin beneficios naturales gratuitos como la polinización, el ciclo del agua y los ecosistemas marinos y forestales.

Es decir que preservar el "capital natural" aumentaría la tasa de rendimiento del capital de las empresas, que reaccionarían invirtiendo más, lo que provocaría un incremento de la productividad económica. Y cada incremento nos permitiría hacer un esfuerzo mayor para preservar una cuota todavía más grande del capital natural.

Necesitamos un crecimiento económico "verde", que no dañe ni destruya el medioambiente. Pero también necesitamos mejorar el medioambiente sin detener la innovación y el crecimiento económico.

En una serie de presentaciones, la economista y matemática Graciela Chichilnisky, de la Universidad de Columbia, sostiene que la supervivencia de la humanidad demanda quitar de la atmósfera el CO2 que ya se acumuló allí y asegurar que no vuelva. Para cubrir el costo, propone un mercado en el que el carbono capturado se venda para usos comerciales.

Otra solución posible sería una "agricultura regenerativa", como la que introdujo hace poco en la Patagonia el biólogo Allan Savory.

Si se las hace rentables, estas innovaciones pueden crear un incentivo para que los actores privados lleven la captura de carbono mucho más allá de lo que sería posible para un gobierno nacional. Pero el éxito depende de que la "agricultura del carbono" siga siendo rentable incluso en un contexto de aumento de la oferta y caída de precios.

También habrá que enfrentar desafíos básicos como la explosión poblacional, la industrialización y los problemas de gobernanza. Y hallar un equilibrio que permita combatir el cambio climático sin negar una vida digna a la mayoría de las personas.

Se ha investigado tanto sobre el cambio climático que puede parecer que no hay que preocuparse porque los expertos ya saben todo lo que hay que hacer. Pero los expertos no están tan confiados. Saben que las empresas no se controlarán solas, y entienden que mucho depende de que se pueda poner el afán de lucro al servicio del bien social. El problema es que muchos creen que las empresas, las personas y los gobiernos seguirán las recomendaciones de los expertos: que todas las empresas (por presión social o amenazas del Estado) pagarán el daño que causan, y que todos los gobiernos terminarán instituyendo impuestos al carbono o mecanismos de licencias negociables para reducir y en algún punto eliminar las emisiones.

Otro problema es que hay mucho daño ambiental que es difícil de controlar. Incluso si las grandes corporaciones aceptan compensar la contaminación que producen, subsiste la cuestión de que la población humana del planeta es enorme y no para de crecer. Como demostró hace unos años el economista Dennis J. Snower, actividades individuales inconexas (como la pesca o el simple hecho de dejar correr el agua) pueden aumentar considerablemente el deterioro medioambiental, pero no suelen llamar la atención de gobiernos, comunidades y personas. En estos casos, los programas de protección del medioambiente deben basarse en la persuasión moral: pedir a todas las personas (no sólo las corporaciones) un gesto de altruismo para que reduzcan voluntariamente sus propios niveles de contaminación.

También subsiste el problema de que muchos países todavía están en proceso de industrialización. Así que incluso si cada país consiguiera reducir su nivel de contaminación per cápita, la media global aumentará al crecer la proporción de la población mundial que trabaja en países en industrialización. Es evidente que este fenómeno dificulta la implementación de las medidas propuestas por Heal para limitar las emisiones.

Otro problema es que no todos los gobiernos son capaces de hacer frente a los intereses creados. Las empresas poderosas, especialmente si son una fuente importante de ingresos y empleo, pueden seguir violando las normas públicas ambientales.

Además, hay países donde la mayoría de la gente sigue siendo pobre. Sus gobiernos tal vez no quieran imponer grandes restricciones a las emisiones por temor a no cumplir las metas de crecimiento. Se calcula que 20% de la población mundial consume 80% de los recursos naturales del planeta. Como el derecho a la supervivencia es más importante que el derecho de cualquier país a arruinar el medioambiente en aras del crecimiento, los países que lideran la lucha contra el cambio climático deberán ser estrictos con aquellos que piensan que el costo de reducir las emisiones es excesivo.

Finalmente, la industria de energías renovables puede plantear nuevos desafíos. Según la Agencia Internacional de Energías Renovables, la industria solar y eólica estadounidense está creando empleo (en 2016 daba trabajo a 777.000 personas), mientras que la del carbón sigue despidiendo personal. Pero estas cifras pueden ser engañosas, ya que esas grandes cantidades de empleados que acuden a las industrias nuevas suelen proceder de otras. Sería absurdo pensar que cada industria nueva que aparece provoca un aumento del empleo total.

Según la teoría económica, las industrias nuevas sólo aumentan el nivel de empleo general si sus métodos de producción son más intensivos en uso de mano de obra. Pero todavía no he visto datos del sector de energías renovables en relación con este tema, y no me sorprendería que se vuelva cada vez más intensivo en capital.

Ahora que la imaginación y la creatividad de nuestros expertos e ingenieros nos ayudaron a superar la parte más difícil, es importante que volvamos a poner manos a la obra: concebir nuevos productos y métodos de producción, probarlos en el mercado y seguir innovando.

Abraham Lincoln dijo: "La joven América tiene una gran pasión, una locura por lo nuevo". Es hora de que todos volvamos a ser así de jóvenes otra vez. Conforme seguimos trabajando en recuperar el medioambiente y resolvemos otros desafíos internacionales, también debemos revivir una vieja idea del trabajo basada en el ejercicio de la iniciativa y la creatividad propias. Es preciso entender de nuevo la buena vida como un viaje personal hacia lo desconocido, a través del cual uno puede "obrar en el mundo" y "cultivar su jardín" para ser "alguien".

El temor (mi temor, al menos) es que las economías nacionales, muchas de ellas ya muy reguladas en nombre de la estabilidad, se regulen todavía más en nombre de una economía verde. Es verdad que muchas normas serán necesarias, pero debemos procurar que nuestros esfuerzos por salvar el planeta no asfixien aquello que hace posible una vida digna.

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