Economía

Trump encabeza la pérdida de la dignidad en el mundo occidental

Por: Edward Luce, Financial Times | Publicado: Jueves 21 de julio de 2016 a las 04:00 hrs.
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Esta semana, los republicanos aprobaron el primer candidato presidencial estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial que rechaza el consenso globalista de Estados Unidos. Es difícil pasar por alto esa cruda realidad. Sin embargo, es apenas la segunda característica más preocupante del auge de Donald Trump. La más preocupante es su impacto sobre la salud de la democracia estadounidense. Incluso aunque Trump sea derrotado en noviembre, será difícil volver a meter al genio en la botella. Los demagogos novatos ya se han dado cuenta. Se puede denigrar a la mayor parte de la gente la mayor parte del tiempo y aun así tener oportunidad de ganar el premio mayor.

En esencia, las elecciones presidenciales estadounidenses son un forcejeo entre la libertad y la equidad. Es imposible obtener la dosis completa de ambos. Los republicanos usualmente favorecen la libertad sobre la igualdad y los demócratas a la inversa. La apropiación hostil del partido republicano por parte de Trump ha desbaratado esa ecuación. Las comparaciones entre Trump y Ronald Reagan son especialmente engañosas. Trump les habla a las personas que se sienten engañadas, despreciadas y humilladas. Las personas que asisten a sus mítines políticos salen más enojadas que antes. "La gente salía de los mítines de Reagan con un espíritu de optimismo", dice Stuart Stevens, asesor del ex candidato republicano Mitt Romney. "La gente sale de los mítines de Trump listos para pelear".

Por lo tanto, no es sorpresa alguna que estalle la violencia. Trump les ha dado luz verde a sus simpatizantes diciendo que a él mismo le gustaría golpear a los manifestantes. La convención que tendrá lugar en Cleveland esta semana pondrá a prueba el autocontrol de Trump a un nivel mucho mayor. Por primera vez desde la década de los '60, probablemente los grupos de supremacía blanca de extrema derecha estarán patrullando las mismas calles que los manifestantes en favor de los derechos civiles para los afroamericanos. Las opiniones que son tabú, como la negación del Holocausto, se están colando nuevamente en las conversaciones.

Es fácil culpar a los medios de comunicación social. La tecnología les facilita a los grupos marginales difundir sus prejuicios. Pero son los líderes quienes validan estas ideas malignas. Cualquiera que lo dude sólo tiene que observar cómo los niños responden a la supervisión de los adultos. Luego deben leer "El Señor de las Moscas".

Las comparaciones entre Trump y el italiano Silvio Berlusconi son mucho más apropiadas. Un importante académico italiano, Luigi Zingales, recuerda un evento en el que el ex primer ministro italiano se burló y avergonzó a una joven mujer haciendo bromas infantiles sobre los orgasmos. Lo sorprendente no fue la grosería de Berlusconi, sino los aplausos del público.

"Semejante aceptación habría sido impensable antes del ascenso de Berlusconi", dijo Zingales. Del mismo modo, el efecto Trump ha corrompido la palestra pública. Pero la calidad de la democracia italiana es esencialmente un asunto italiano. Incluso la decisión británica de abandonar la Unión Europea es, en última instancia, un asunto local. Sin embargo, lo que sucede en EEUU define el destino de la democracia en todo el mundo.

El auge de Trump es una mala noticia para nuestro sistema de gobierno en tres frentes. En primer lugar, ha demostrado que se puede llegar a lo más alto de la democracia más admirada del mundo utilizando como chivos expiatorios a categorías completas de personas. Ya sean inmigrantes ilegales hispanos, mujeres que considera poco atractivas, musulmanes de cualquier tipo, o afroamericanos presumidos, Trump se ha aprovechado de la humillación de otras personas. Los apologistas de Trump dicen que simplemente está canalizando el sentimiento popular. De hecho, está validando sus instintos más oscuros. Los alarmistas comparan la actual crisis de la democracia con la década de los '30. Una comparación más instructiva es lo que sucedió después. Ningún país reflexionó más profundamente sobre el significado de la democracia constitucional que la Alemania post-nazi. La primera línea de la Ley Fundamental de Alemania de 1949 es: "la dignidad humana es inviolable".

En segundo lugar, Trump ha hecho de la "política post-factual" algo respetable. Los detractores de EEUU -la "clase experta"- comprueba quijotescamente el torrente de falsas afirmaciones de Trump. No, el presidente estadounidense no tiene la autoridad para obligar a las compañías estadounidenses a repatriar sus fábricas en el extranjero. No, Trump no se opuso a la guerra de Irak en 2003. Sí, EEUU mantiene una tríada nuclear. No, el Departamento del Tesoro estadounidense no puede reescribir unilateralmente los términos de sus obligaciones de deuda. Y no, la Constitución de EEUU no permite una prueba de religión para obtener la ciudadanía. Para las fuerzas pro-democracia en lugares como China, la inmunidad de Trump a la verdad ha debilitado a los reformistas liberales. Eric Li, un importante capitalista de riesgo de China, escribió recientemente en Foreign Affairs: "si los votantes pueden estar tan equivocados, ¿cómo podemos darles el voto?"

Por último, Trump ha corroído la fe de que las sociedades basadas en leyes son autosostenibles. Esta vez realmente podría ser distinto. El magnate de los bienes raíces nunca ha sufrido un revés que no haya recurrido a los tribunales para revocar. ¿Alguien piensa que, si Trump pierde, llamaría a Hillary Clinton el 8 de noviembre para desearle suerte? Es fácil olvidar que la democracia se basa en el respeto a los adversarios en nombre de la integridad del sistema. La creencia en la dignidad humana es lo que la sostiene.

En Cleveland, Trump se referirá a su oponente como una delincuente y a sus críticos como perdedores; dirá que el rendimiento de sus negocios no tiene precedente y que las mentiras que inventa son el evangelio. Aún así, al menos el 40% de los estadounidenses votarán por él en noviembre. Tanto amigos como enemigos de la democracia se podrían preguntar: "¿Cuántos políticos como Trump puede soportar el sistema?"

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