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A 10 años de la construcción de San Pedro en Firminy Vert

Por: | Publicado: Viernes 10 de febrero de 2017 a las 04:00 hrs.
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Las obras proyectadas y no llevadas a cabo por Le Corbusier (Charles-Edouard Jeanneret, 1887-1965) llenan con sus imágenes gráficas la mayor parte de los treinta volúmenes editados por Garland Publishing Inc. Examinar esta enorme cantidad de diseños permite comprender la capacidad de trabajo y la creatividad de este gran maestro de la arquitectura moderna, pero al mismo tiempo muestra claramente la dificultad experimentada por un pensamiento innovador para abrirse camino en medio de la miseria intelectual de sus contemporáneos y la incomprensión de clientes, públicos y privados.

Los principales intereses de Le Corbusier son la afirmación y la difusión de una manera concreta de resolver los problemas de la sociedad a través de la elaboración de proyectos. Cada uno de éstos tiende a resolver un problema específico mediante una solución innovadora, que no es sino una mutación de las premisas que regían tradicionalmente el problema mismo, una salida de la jaula con la cual el acostumbramiento lo había codificado. Esos proyectos se presentan como una refundación del sistema de problemas y soluciones considerados válidos por el saber dominante y establecen una serie de discontinuidad, tanto en relación con el pasado como con los contemporáneos.

Para Le Corbusier, no se trata de inventar formas inéditas ni de responder ante una necesidad, sino de comprender los mundos nuevos que toda actividad requiere en la sociedad en proceso de mutación, realizando los espacios y las formas capaces de constituir la expresión apropiada para la misma. “Reina una confusión extrema: la nueva arquitectura ya no resuelve el problema moderno de la vivienda y no conoce la estructura de las cosas; no responde a las condiciones fundamentales e impide la intervención de factores superiores de armonía y belleza. La arquitectura de hoy no responde a las condiciones necesarias y suficientes del problema”.

Como el inventor de los aviones

El proceso de formación de su arquitectura no es determinista, ya que antes del espacio no se plantea realidad formal alguna: se cuenta con espacio arquitectónico o urbanístico únicamente cuando éste se organiza para dar respuesta al verdadero problema. “Yo me sitúo, desde el punto de vista de la arquitectura, en las condiciones de espíritu del inventor de aviones. La lección del avión no reside enteramente en la forma creada, y en primer lugar se trata de aprender a no visualizar en éste un pájaro o una libélula, sino una máquina para volar: la lección del avión está en la lógica que preside la enunciación del problema y conduce al éxito de su realización. Cuando en nuestra época se plantea un problema, fatalmente se encuentra su solución”.

Entre problemas de la realidad y solución espacial hay una continuidad. A partir del análisis que va del objeto al ambiente natural, de las personas a la arquitectura, como se puede ver en sus Carnets, Le Corbusier determina la estructura de los problemas a partir de la cual plantea la solución. La actitud, incluso habiendo asumido la racionalidad como guía, no es la de un inventor ajeno a la realidad, sino de un investigador paciente, que descubre los vínculos ficticios, las condiciones impuestas, las tradiciones carentes de sentido y los valores locales que es preciso respetar, y es capaz de salir de una vieja estructura para entrar a una nueva, cambiando las premisas que regían el sistema como un todo. La metodología de Le Corbusier, es decir, el proceso de adquisición de conocimiento, procede a lo largo de esta línea de mutación que consiste, en definitiva, en el paso de un nivel lógico de observación al inmediatamente superior, que implica no tanto una variación dentro de un sistema, el cual permanece en cambio inmutado, sino un desplazamiento, un salto, un quiebre, que da la posibilidad de salir del sistema mismo.

Esto explica la irritación de la mayoría de los críticos, que no logran comprender esta capacidad continua de mutación y creatividad propuesta por las soluciones de Le Corbusier tanto respecto al paradigma anterior (clásico-académico) como en relación con el mismo paradigma funcionalista que contribuyó a fundar. Estamos ante una posición de continua búsqueda, que introduce en el paradigma un principio de destrucción del paradigma mismo al asumirse la elaboración de proyectos para problemas como generadora de mutación. Como escribía Ernesto N. Rogers: “El examen historiográfico de la obra de Le Corbusier nos demuestra su extraordinaria vitalidad inventiva en cada tema por él abordado y por consiguiente su capacidad de interpretarlo absolutamente liberado de prejuicios. Este no conformismo, incluso consigo mismo, es su verdadera coherencia”. Le Corbusier aborda los distintos niveles del proyecto, desde los problemas de ornamentación hasta los de la unidad habitacional, desde el edificio hasta la ciudad y el territorio, observando cada uno de ellos con una mirada innovadora que transforma radicalmente sus términos y disuelve los objetos como eran antes de su primera intervención, para presentar una nueva versión de los mismos, que hace imposible concebir el objeto mismo en los términos anteriores.

Gracias a la presencia vigilante de la Fundación Le Corbusier, en la cual se ha conservado la mayor parte de los documentos fundamentales de su obra -y que trabaja para promover y defender el legado material e intelectual-, el escenario actual de las obras de Le Corbusier presenta muchas sombras y pocas luces.

Algunas obras, como la Villa Savoye, en Poissy, de 1929, el barrio de Pessac (1925) y la casa unifamiliar en la Weissenhofsiedlung de Stuttgart, fueron restauradas; pero otras obras, especialmente aquellas realizadas en la India, se encuentran en una situación desastrosa.

Después de la serie de exposiciones organizadas en Milán, Mantua, Venecia, Madrid, París, Karlsruhe, etc., con ocasión del centenario de su nacimiento (1986-87), parecía haber descendido un gran olvido sobre la figura y el pensamiento de Le Corbusier; pero, con gran constancia y confianza en el pensamiento lecorbusierano, l’Association Le Corbusier pour l’église de Firminy-Vert logró completar la última obra del Maestro, que permanecía sin llevarse a cabo con posterioridad al encargo del Alcalde Eugène-Claudius Petit.

La inauguración, a comienzos de diciembre de 2006, de la Iglesia de Saint-Pierre en Firminy permite tener en la actualidad una experiencia del espacio de un proyecto innovador, si bien se pensaba que se observaría únicamente en las reconstituciones gráficas.

Gracias a los esfuerzos de Eugène-Claudius Petit y José Oubrerie, fue posible lanzar una campaña de suscripciones, que paulatinamente permitió recolectar los fondos necesarios para la prosecución de los trabajos, en conformidad con las bases, y llevar a cabo una obra póstuma de Le Corbusier. Las principales etapas fueron la actividad de proyecto del Atelier Le Corbusier, en la Rue de Sèvres, del 13 de enero de 1960 al 23 de diciembre de 1963, en que termina el segundo proyecto; las primeras etapas de la realización se remontan a mayo de 1968, en que después del fallecimiento de Le Corbusier, se crea la Association y se encarga a José Oubrerie, colaborador del Maestro, retomar el proyecto e iniciar la colocación de la primera piedra en 1970; en 1979, se interrumpen los trabajos hasta 1990-96, en que se reinician los estudios por parte de Oubrerie y la obra en construcción se declara “monumento histórico”; en el año 2003, los fondos aumentan con el financiamiento de la comunidad de Saint-Etienne Métropole y se inician los trabajos de terminación, que culminan en la inauguración antes mencionada.

La iglesia se caracteriza por un cono asimétrico de hormigón, de treinta metros de altura, iluminado desde arriba, y descansa sobre una base cuadrada de veinticinco metros por lado. Esta belle petite église, en palabras de Le Corbusier, viene a completar un conjunto de obras suyas, realizadas por encargo del Alcalde Claudius-Petit, precisamente la Maison de la culture, el estadio y la Unidad habitacional con sus 414 departamentos y la escuela en el techo.

Una segunda naturaleza adaptada a los tiempos

Es una de las últimas creaciones que utilizan el método por generación desde el interior, consistente en una reconexión de todas las partes analizadas en un sistema unitario que parte de la zona central y se desarrolla hacia el exterior en continuidad. Un ejemplo de esta estructura de proyecto apareció por primera vez en los Ateliers d’Art de 1910, en La Chaux-de-Fonds: la instalación tiene su origen en la sala central, cubierta por una cúpula piramidal a la cual se accede directamente desde el exterior, para luego distribuirse en dos niveles de atelier que se asoman sobre la misma. Reaparece en la Maison en Série pour Artisans de 1924, donde en el cuadrado de 7 x 7 metros todo el sistema espacial se genera en torno a la columna central de soporte de la cobertura.

Una tercera tentativa de aplicación de este método se encuentra en el primer proyecto para la Villa Meyer de 1925, posteriormente abandonado. El edificio se organiza sobre un espacio central, que a través de una rampa continua da acceso a diversos ambientes que siempre gravitan sobre ese espacio.

El procedimiento llega a realizarse en el Mundaneum de 1928, en Ginebra. El edificio se desarrolla en torno al espacio central: el visitante penetra, sube en el centro y desciende a lo largo de la rampa espiral de tres naves, que se ensancha en forma escalonada hacia abajo, abierta en el espacio central e iluminada desde arriba.

La estructura del proyecto para desarrollo desde el interior se representa en la Ville Savoye, en Poissy, de 1929, donde la rampa, situada al centro de la instalación, genera los espacios cerrados y abiertos, excavados dentro del volumen único.

Es posible encontrar ejemplos ulteriores de este método en el Palacio del Gobernador (1954) y el Palacio de la Asamblea (1955).

Frente a la vitalidad que se advierte detrás de la decepción con el clasicismo, el mensaje de Le Corbusier, derivado de este último, permite repetir lo escrito por él en el número 18 del Esprit Nouveau, en 1928: “Una ética: somos náufragos en un ambiente que hemos transformado más rápidamente que a nosotros mismos (…). Hay que crear voluntariamente en nosotros una segunda naturaleza capaz de vérselas con los tiempos que vienen”.

Algunos críticos se plantean interrogantes sobre la legitimidad de realizar una obra póstuma. Específicamente, la Fondation Le Corbusier, legataria universal del arquitecto y guardiana atenta de su posteridad, tiene ciertas reticencias respecto a la construcción de obras post mortem de Le Corbusier, y su actual secretario general, Claude Prelorenzo, afirma a propósito de la iglesia de Firminy: “En el caso de Firminy, éramos totalmente partidarios de que se terminara la iglesia, de manera que aprobamos el cambio de uso de los pisos bajos; pero estamos muy atentos a las modificaciones estructurales introducidas en el proyecto (...). Somos nosotros quienes entregaremos o no la firma Le Corbusier a la iglesia”.

Tal vez sólo nos quede recordar algunas palabras de Le Corbusier, de 1936: “La naturaleza cierra una vida, una actividad admirable, con la muerte, y nada es más transmisible que la nobleza del fruto del trabajo: el pensamiento (…). Este pensamiento puede o no convertirse en un triunfo sobre el destino más allá de la muerte”.

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