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Avanzar sin transar o sin pensarE

Juan Pablo Bórquez Director, BY Asesores @byasesores

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Hace algunas semanas el ex pdte. Ricardo Lagos, hablando ante una audiencia de ejecutivos y empresarios reunidos en el Club Monetario, invitaba a reflexionar acerca del futuro de Chile y el tipo de país que queríamos construir. Creo que para muchos resultó refrescante escucharlo hablar, entre otras cosas, de cambio tecnológico, la importancia de las redes sociales y las transformaciones que todo esto acarrea en el mundo de la economía, el poder y en el modo cómo se relacionan las personas. Habló también de aplicaciones “inteligentes” que ya están disponibles tanto en los ámbitos de la electricidad como en la salud, entre otros. Francamente, un abismo de diferencia con lo que escuchamos, vemos y leemos diariamente, cuya temática está dominada por titulares asociados a procesos judiciales, formalizaciones, observadores y frenesíes legislativos. Me hizo al mismo tiempo recodar lo que el profesor de Harvard Michael Sandel había expuesto en el Congreso del Futuro acerca de cuestiones tales como justicia y argumentación democrática. Y agregó dos ingredientes adicionales: confianza y la incertidumbre derivada del fin del superciclo de altos precios de los commodities.

Todo esto nos recuerda el tremendo desafío que enfrentamos como país de superar la trampa de los ingresos medios para poder dar el salto al tan soñado anhelo de ser parte del club de naciones desarrolladas. Desafío que parece hacerse cada vez más complejo y difícil tal como lo evidencian los altísimos niveles de rechazo con que la opinión pública castiga el desempeño de la “clase política”.

Por lo mismo, hoy más que nunca se hace indispensable deliberar inteligentemente acerca de las “cuestiones públicas” necesarias para la generación de prosperidad, cohesión social y justicia. Y en opinión de algunos, entre los que me cuento, ello requiere de transformaciones importantes en al menos cuatro frentes: educación de calidad conectada al desarrollo de las habilidades que requiere el mundo de este siglo; mercados laborales más flexibles que aumenten las posibilidades de empleabilidad de los que trabajan y de los que quieren trabajar sin precariedad; un dedidido esfuerzo en materia de innovación que mejore la manera como hoy día hacemos muchas cosas, nos haga más productivos e incremente remuneraciones; y, por último, mejoras reales al gobierno tanto de instituciones privadas como públicas. Respecto de las instituciones privadas, ello tiene que ver con un auténtico mejoramiento de los gobiernos corporativos de las empresas lo que significa fortalecer niveles de transparencia, de escrutinio (“accountability”) y, en general, la puesta en acción de prácticas que generen valor en forma sustentable con todo lo que ello demanda en sus diferentes frentes, interrelaciones y contrapartes.

En lo que toca al gobierno de las instituciones públicas, el desafío es de la magnitud de lo que expresaba el ex. pdte. Lagos pues se requiere de un Estado con capacidades de gestión de calidad y de sofisticación técnica a lo largo de toda su estructura. Agregaría que necesitamos también hacer una reflexión serena acerca de las funciones que debe cumplir el Estado en un país del siglo XXI. La lista de bienes públicos que le corresponde proveer ya no se agota en los servicios de administración de justicia, policía y defensa sino que debe ampliarse a ámbitos que tienen que ver, entre otros, con competitividad e infraestructura, mercados abiertos y competitivos, financiamiento de una actividad política que promueva la mayor participación posible y la generación de ideas de calidad, entre otros.

El binomio Mercado-Estado requiere ser revitalizado y puesto nuevamente a punto. Hay que abandonar el curso de avanzar sin pensar que se ha instalado (una versión remasterizada del añejo avanzar sin transar) para abrir paso a una deliberación reflexiva de los temas que son el futuro de nuestro país: cómo nuestra economía crece acorde con su potencial en un escenario en que el precio de su principal motor que es el cobre ha caído a la mitad; cómo hacemos que la prosperidad que se genere se distribuya de forma equitativa y meritocrática; cómo recuperamos la tranquilidad que nos ha arrebatado el nefasto dúo droga-delincuencia; y, cuáles son los derechos y los deberes que a cada chileno corresponden. La historia nos recuerda una y otra vez que para esto no hay magia ni atajos. Sólo cabe que hagamos bien la pega.

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