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Después de Boric: ¿más cerca de Dinamarca o Argentina?

Cecilia Cifuentes Economista, directora del Centro de Estudios Financieros del ESE Business School, UAndes

Por: Cecilia Cifuentes | Publicado: Jueves 30 de diciembre de 2021 a las 04:00 hrs.
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Cecilia Cifuentes

Si tuviéramos que resumir el programa de gobierno de Gabriel Boric, diríamos que con un mayor rol estatal lograremos resolver muchos de los problemas del país, no sólo en términos de una mejor distribución del ingreso, sino también alcanzando un desarrollo sostenible. En efecto, la gran mayoría de las propuestas requieren mayores recursos fiscales, que vendrían de menores recursos para los contribuyentes, de tal forma de no profundizar la mochila de deuda para las generaciones futuras, lo que resulta opuesto a la idea de sostenibilidad.

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¿Y quiénes son los contribuyentes? Finalmente, somos todos. Aunque se pretenda que el programa se financie con ingresos de sectores acaudalados, sabemos que los impuestos al capital en una economía globalizada afectan también a los trabajadores y consumidores. Se trata, entonces, de transferencias del sector privado al Estado, cuyo efecto en el bienestar depende de cómo se hubieran gastado esos recursos en manos de los privados, versus cómo los gastará el Estado. Entonces, si el Estado gasta mejor, tanto en términos de equidad como de eficiencia, la sociedad habrá ganado en el proceso.

Efectivamente, como argumentan los técnicos de la nueva coalición gobernante, hay experiencias históricas exitosas en este ámbito, y los países nórdicos son un buen ejemplo. Sin embargo, se trata de un ejemplo poco realista para Chile, primero por las evidentes diferencias culturales, y segundo porque los Estados de Bienestar de esos países se desarrollaron en un contexto muy distinto al actual, posterior a la Segunda Guerra Mundial, con un mundo mucho menos integrado financieramente, y sin el problema demográfico. De hecho, en las últimas décadas estos países se han movido en la dirección contraria, reduciendo el tamaño del Estado en cerca de 10 puntos respecto a los niveles máximos que alcanzaron en la primera mitad de los noventa, ya que esos Estados benefactores se hacen inviables en el contexto actual.

Ciertamente, hay países que han aumentado fuertemente el tamaño del Estado en años recientes, pero están lejos de ser experiencias dignas de imitar. El gasto público en términos del PIB en Argentina y Brasil es similar al de los países europeos, pero los resultados son muy malos. En Argentina el tamaño del Estado se duplicó en las últimas dos décadas, sin embargo, el ingreso per cápita está estancado y han aumentado fuertemente la pobreza y la desigualdad.

Lo mismo es cierto para Grecia, aunque allí la expansión del gasto fiscal es anterior.

Definitivamente, aumentar el tamaño del Estado no es garantía de nada, por muchas promesas sociales que se hagan; de hecho, existen experiencias de países culturalmente más similares al nuestro, en que el estatismo ha sido la receta perfecta para el fracaso.

¿Podríamos seguir los pasos de Uruguay? En ese país el gasto público representa algo más de un 30% del PIB y ha subido en tres puntos en las últimas tres décadas, menos que en Chile.

Pero en Uruguay el ingreso per cápita creció mucho menos que en Chile en ese período, y el índice Gini, si bien es más bajo, se ha mantenido bastante estable en torno a 0,4.

La conclusión es obvia; hacer crecer el Estado no es sinónimo de mejor calidad de vida, porque se restan recursos del sector privado en el proceso. ¿Tenemos un Estado lo suficientemente eficiente y eficaz para que ese traspaso se traduzca en mayor bienestar social? Me parece que la respuesta es no, y por lo tanto, con algo de suerte nos mantendremos en la mediocridad de Uruguay, aunque también podríamos ser como Argentina o Grecia, después de Boric.

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