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Jubilar

Padre Raúl Hasbún

Por: Padre Raúl Hasbún | Publicado: Viernes 29 de julio de 2016 a las 04:00 hrs.
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Cuando una persona cesa en el ejercicio de su profesión, empleo u oficio, por razón de su edad, prolongados servicios o imposibilidad de continuar, recibiendo en compensación una suma de dinero o pensión, se dice que ha jubilado. Etimológicamente el término viene asociado al júbilo ¿de dejar de trabajar, de dar por definitiva y meritoriamente concluida una carrera, de dedicar el resto de su vida a hacer lo que más le plazca? La interpretación es dudosa. Trabajar no es una pena aflictiva, como bien sabe el cesante forzoso. Las carreras terminan cuando uno traspasa la línea de meta; en este caso, la muerte. Y lo placentero no se identifica necesariamente con lo verdadero, lo bello y lo bueno. Si a eso se agrega que las pensiones jubilares suelen condenar al beneficiario a sobrevivir con menos ingresos mientras aumentan los inevitables mayores egresos, resulta cruel seguir asociando "jubilar" con "gritos de júbilo".


Histórica y bíblicamente, un cuerno de cordero ("yobél") utilizado como trompeta anunciaba al pueblo hebreo, cada siete semanas de años, que la tierra debía dejarse en reposo, que los esclavos recuperaban su libertad y que las deudas quedaban extinguidas. Sabia legislación, precursora de prudentes amnistías, indultos y perdones colectivos cuando la sociedad hierve como olla a presión y necesita descomprimirse. Y jubilosa para la mayoría, con excepción de depredadores, esclavistas y prestamistas. La Iglesia católica conserva esta tradición decretando Años Jubilares como el actual, dedicado a las obras de misericordia. A las obras, no al reposo. Lo que debe reposar es el odio, la violencia y, lo peor, la indiferencia. Y no reposan, porque tras sus protagonistas instrumentales se esconde, invisible, el Instigador principal, que ronda ansioso como león rugiente, porque sabe que le queda poco tiempo para consumar su obra predilecta: la muerte del Hombre.


Hace tres días, ese Instigador oculto y nunca jubilado persuadió a dos presuntos seguidores de Alá para que, invocando ese santo Nombre, degollaran a un hombre de 85 años consagrados a ese mismo y único Dios. Derramaron su sangre en el altar y momento en que ofrecía al Altísimo la sangre del Cordero que expía y borra los pecados del mundo. Convirtieron, así, al sacerdote en altar, al oferente en víctima ofrecida. Sin saberlo, le hicieron el mayor homenaje y regalo al que hubiera podido aspirar: identificarlo con el "Cordero degollado" (Apocalipsis 5, 6), el único capaz de abrir el sellado libro del misterio de la vida y con su sangre comprar, para Dios, a los hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación.


Con sus 85 años, Jacques Hamel había sobrepasado la edad de jubilar. Se lo dijeron. Respondió: "¿han visto a un cura jubilado? Seguiré trabajando hasta mi último aliento!". Hermoso recordatorio: para el amor no existe jubilación. Uno no debe cansarse nunca de amar.

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