Rafael Rodríguez

Mi anécdota con Milton Friedman

Por: Rafael Rodríguez | Publicado: Martes 21 de agosto de 2012 a las 05:00 hrs.
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Hace cerca de 20 años, siendo presidente de Educación y Capacitación de Ejecutivos Seminarium, me propuse traer a Milton Friedman a Chile -ya había estado dos veces, una traído por el BHC y otra con motivo de una reunión de la Sociedad Mont Pelerin-. Empecé a llamarlo por teléfono a John Hopkins y después de conseguir una entrevista con él partí a San Francisco donde vivía, con el único propósito de hacer todo lo posible por traerlo a Chile.

El día de la reunión, que iba a ser en su departamento, llegué unos minutos antes y toqué el timbre en la entrada, pero para no ser inoportuno llegando unos minutos antes, subí en el ascensor y me quedé esperando a la entrada de su departamento sentado en una silla por unos cinco minutos antes de tocar el timbre, exactamente a la hora que habíamos fijado. Tuve dos sorpresas, la primera es que la puerta se abrió de inmediato, lo que me hizo pensar de que él había estado esperando parado en la puerta el mismo tiempo que yo había estado sentado esperando que pasaran los famosos cinco minutos. La segunda sorpresa fue que no vi a nadie, miré al frente y no estaba la persona que esperaba encontrar, pestañeé, miré hacia abajo y ahí estaba, era sorprendentemente bajo, probablemente medía 1,50.

Me hizo pasar y fue muy amable, el departamento era bonito, grande y con una vista espectacular de la bahía. Me sentía tan torpe como un profesor de física de pueblo en una charla con Einstein. En esa conversación pude experimentar la fuerza de sus ideas, argumentaba de una forma como pocas veces he visto, descartaba ideas que consideraba erróneas como quien remacha una pelota de tenis y planteaba ideas como si la pelota la colocara en el otro extremo de la cancha, por sobre el adversario.

Me preguntó por Javier Vial, sabía del juicio, me preguntó brevemente por cómo estaban las cosas en Chile, después le expliqué que quería invitarlo a venir a Chile, que él me dijera cómo, cuando y donde, que sería muy importante para Chile que él viniera a reforzar los conceptos de una economía de mercado en la nueva democracia que ya llevábamos tres años de ejercicio; ahí me cortó y me dijo que Chile no necesitaba que se reforzaran los conceptos de libre mercado, que tenía muy buenos economistas que habían hecho un muy buen trabajo. Me di cuenta que no tenía argumento para convencerlo de venir en persona, así es que le ofrecí hacer una video conferencia, a lo cual dijo que sí y con mi misión cumplida a medias me pude dedicar a conversar otros temas. Cumplí con un encargo que me había pedido Andrés Benítez, que era conseguirle una entrevista, a lo que accedió. En esa entrevista que se hizo un tiempo después, Andrés le comentó, también me imagino que para romper el hielo, que era impresionante su edificio que estaba en la punta del cerro, a lo cual Friedman contestó que de hecho la punta del cerro estaba 45 metros más arriba.

Conversamos de la economía, de la participación del Estado en la misma y me dijo que Estados Unidos había perdido un formidable dinamismo de crecimiento debido al aumento de tamaño del Estado. Que al comparar el tamaño del sector público del fines del siglo XVIII con el que había alcanzado a fines del siglo XX, se observaba una diferencia de varios puntos lo que ahogaba al sector privado; después a raíz de otra conversación me contó que las ideas tenían un ciclo de entre 30 y 50 años desde que se concebían hasta que se aplicaban en la vida cotidiana; cuando le comenté que a mi humilde juicio él era una de las personas que más había contribuido al desarrollo de la libertad en el siglo veinte por la defensa de las ideas de libre mercado, nuevamente me corrigió y me dijo que quien debía tener ese crédito era von Hayek y así transcurrió más de una hora en que generosamente este monstruo intelectual conversó de la vida económica con un aficionado.

Al final, nos despedimos, me pidió que le mandara saludos a Javier Vial y acordamos los detalles que podíamos de la teleconferencia que se realizó efectivamente unos meses después en el Hotel Sheraton frente a unas 400 personas.

Me fui feliz, logré algo que no me habría imaginado iba a poder hacer y después de haber estado sólo con él por algo más de una hora en una conversación sin interrupciones, pensé que había sido un privilegiado y terminé admirándolo aún más que cuando se abrió esa puerta de ese departamento, que estaba, casi en la punta del cerro.

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