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Sí existe una mejor forma de capitalismo

FT View©2020 The Financial Times Ltd.

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La pandemia ha destacado las partes vulnerables de los mercados laborales de los países ricos. La mayoría de nosotros dependemos — a veces literalmente — de personas que abastecen estantes, entregan alimentos, limpian hospitales, y cuidan a los ancianos y enfermos. Sin embargo, muchos de estos héroes anónimos están mal pagados, tienen exceso de trabajo y sufren inseguridad y oportunidades laborales impredecibles mientras están en el trabajo. El neologismo “precariado” acuñado de las palabras “precario” y “proletariado” los describe acertadamente.

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En las últimas cuatro décadas, el trabajo no ha logrado asegurar ingresos estables y adecuados para un número creciente de personas. Esto se manifiesta en salarios estancados, ingresos erráticos, inexistentes amortiguadores económicos en caso de emergencias, baja seguridad laboral y condiciones de trabajo inhumanas.

Es un problema de larga data, pero se intensificó drásticamente en 2020. La mayoría de los trabajos en el precariado requieren presencia física para el trabajo de servicio manual, lo que deja a los trabajadores más expuestos tanto al contagio del coronavirus como a la pérdida de ingresos debido a los encierros y confinamientos.

Es un imperativo moral ayudar a los más necesitados. Pero sacar a las personas de la precariedad económica también redunda en gran medida en el interés propio de los más pudientes.

Los grupos dejados atrás por el cambio económico están concluyendo cada vez más que los responsables no se preocupan por su situación; o peor aún, sus líderes han manipulado la economía para su propio beneficio en contra de los marginados. Eso está creando tensión —lenta, pero seguramente— entre el capitalismo y la democracia.

Desde la crisis financiera mundial, este sentido de traición ha alimentado una reacción política en contra de la globalización y las instituciones de la democracia liberal. El populismo de derecha puede prosperar con esta reacción, mientras deja los mercados capitalistas en su lugar. Pero como no puede cumplir sus promesas a los económicamente frustrados, es sólo cuestión de tiempo antes de que el pueblo se levante contra el capitalismo mismo y la riqueza de quienes se benefician de él. Como Roosevelt, Keynes y otros fundadores del orden de posguerra se dieron cuenta ya en la década de 1930, la aceptabilidad política del capitalismo requiere que sus adherentes pulan sus bordes más ásperos.

La epidemia de trabajos inseguros y mal pagados refleja la falta de difusión de los métodos de producción más avanzados desde la frontera de la economía hasta el interior. La mera existencia de un precariado demuestra que se están desperdiciando recursos, humanos, físicos y organizativos. Una economía polarizada no sólo es injusta, sino también es ineficiente.

Los vientos están cambiando; los guardianes de la ortodoxia económica han abandonado la idea de que la desigualdad es el precio del crecimiento. Se puede lograr que el capitalismo garantice la dignidad a todos; las demás alternativas tendrán peores consecuencias para todos.

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