El momento político de Donald Trump

urante dos años, la mitad de su actual mandato, Donald Trump estuvo bajo la lupa de un fiscal especial que investigaba la posible colusión de su campaña electoral de 2016 con agentes del gobierno ruso, con el fin de dañar políticamente a su rival en esa contienda, la candidata demócrata y exsecretaria de Estado Hillary Clinton. La sola sospecha de esa eventual conducta criminal del ocupante de la Casa Blanca o sus cercanos ha sido uno de los flancos políticos más delicados del Presidente republicano, y a la inversa, el principal flanco de ataque de la oposición demócrata.

El resultado de esa investigación, recién concluida, es paradojal. Por un lado, el ex jefe de campaña y el abogado personal del Presidente han sido condenados a prisión, y su asesor de seguridad nacional se declaró culpable de mentir al FBI. Y el propio Trump no ha sido exculpado de posible obstrucción a la justicia. Por otra parte, sin embargo, el fiscal Robert Mueller no encontró pruebas de connivencia de la campaña con los rusos para interferir en la elección de hace dos años.

Según todos los analistas, y así evidentemente lo ha entendido la Casa Blanca, se trata de una contundente victoria para el controvertido Presidente. No sólo porque el resultado lo favorece, sino porque además puede apuntar a un proceso investigativo independiente que realizó su trabajo, de hecho, en contra de todos los deseos del Mandatario, públicamente expresados en numerosas ocasiones, pero sin que él, en definitiva, impidiera su avance. La institucionalidad funcionó.

Esto es un indudable traspié para la oposición demócrata. Pero también es un recordatorio de que la estrategia política de impugnar la legitimidad de Trump —además de no dar garantías, como se ha visto— es menos importante que la falta de un proyecto propio para volver al poder en 2021. Hasta ahora, los nuevos liderazgos demócratas que surgen de cara a esa campaña parecen menos una señal de renovación que de dispersión.