Editorial

Sin respeto, no hay democracia

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oda competencia electoral es dura. El entendible propósito de destacar las fortalezas propias y las debilidades del adversario implica, con cierta frecuencia, ataques que pueden llegar a ser personales, sin que falten los episodios bochornosos para los candidatos y a la vez poco gratos (incluso indignantes) para los ciudadanos. Chile no es la excepción.

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Con todo, las competencias tienen reglas, en especial la competencia democrática. No todo vale. Difundir mentiras no es una forma legítima de hacer campaña, por ejemplo, como tampoco lo es atacar la honra de los oponentes o amenazarlos de ninguna manera, a ellos ni a sus cercanos. Y eso que aplica para los competidores en la papeleta también es válido para sus partidarios y detractores.

La semana pasada trajo un lamentable ejemplo de esto último, cuando un seguidor de uno de los candidatos de segunda vuelta denunció haber sido "funado" violentamente en las redes sociales únicamente por haber manifestado esa preferencia, nada más. Un ataque donde abundaron descalificaciones, insultos y amenazas francamente deplorables, aludiendo tanto a su opción política como a su homosexualidad, y en el que lamentablemente tuvo un rol relevante un conocido escritor, también homosexual y partidario de la candidatura rival.

Es bien sabido que las redes sociales, junto con sus grandes cualidades como vehículos de comunicación e intercambio de ideas, ofrecen también un amplio espacio para la falsedad y el discurso de odio. El ejemplo citado refleja ese potencial pernicioso para el respeto y la buena convivencia, y desde luego no es exclusivo de ningún sector político, pues podrían señalarse casos similares a todo lo ancho del espectro.

Esto empobrece nuestra democracia y no se soluciona con leyes ni reglamentos -que ya existen, por cierto, para este tipo de ataques-, sino con la voluntad, el buen criterio y la conducta ética de cada uno de nosotros. Esta última semana de campaña electoral brinda una oportunidad para mostrar que sabemos apreciar las libertades que nos permite la democracia, y que entendemos sus necesarios límites.

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