Juan ignacio Brito

A bandazos en la mediocridad

JUAN IGNACIO BRITO Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Miércoles 1 de junio de 2022 a las 04:00 hrs.
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Juan ignacio Brito

Hoy cuesta menos llegar al Gobierno que gobernar bien. Los candidatos que lucen llenos de energía en las campañas son luego incapaces de administrar el Estado y sufren un progresivo desgaste.

Le sucede a Joe Biden en Estados Unidos, impopular y falto de energía para afrontar la pandemia y la recuperación económica; a Alberto Fernández, socavado por la inflación y el “enemigo interno” que representa su vicepresidenta; a Pedro Castillo, agobiado por una rotativa ministerial incesante, acusaciones de corrupción e ineptitud crónica; al saliente Iván Duque, quien liquidó el prestigio de Álvaro Uribe, el político más influyente de Colombia en lo que va del siglo XXI; a Jair Bolsonaro, amenazado porque no hizo los cambios que prometió en Brasil, el eterno “país del futuro”, como dijera Stefan Zweig. Y también a Gabriel Boric, consumido por la inexperiencia en un Gobierno que todavía no consigue despegar.

“Hay un factor común en presidentes como Biden, Bolsonaro, Duque, Castillo, Fernández y, por cierto, Boric: el electorado nunca les mostró especial adhesión, sino que fueron electos para deshacerse de un mal percibido como mayor”.

Hay un factor común: el electorado nunca les mostró especial adhesión, sino que fueron electos para deshacerse de un mal percibido como mayor. Biden es un tipo gris que ganó, básicamente, porque no era Trump; Bolsonaro fue el medio que los brasileños usaron para alejarse (al menos por un tiempo) del Partido de los Trabajadores. Algo parecido puede decirse de Castillo, que representaba al antifujimorismo, de idéntica forma en que Alberto Fernández era el anti Mauricio Macri. No se trata de candidatos que destacaran por sus propuestas o por lo que son, sino más bien por lo que no son. Su gran mérito fue representar lo contrario del presidente de turno, de quien el electorado quería deshacerse a toda costa. Seguramente a ellos también les sucederá lo mismo una vez que cumplan su período: serán reemplazados por sus antítesis.

El resultado de esta dialéctica perversa es ineludible: nos movemos a bandazos en la mediocridad. Si se elige a un candidato por cualquier cosa, menos por su capacidad, nadie debe sorprenderse de que, una vez instalado, no sepa gobernar. El caso de Pedro Castillo es un ejemplo claro.

Llegar a ser presidente supone haber pensado mucho acerca del país que se quiere gobernar y estar muy convencido de ello. Típicamente, los presidentes no son tipos modestos, sino líderes llenos de seguridad en sí mismos y fuertes de carácter. Sin embargo, hoy vemos sentados en los sillones presidenciales a muchos personajes incapaces de convencer ni siquiera a sus partidarios (Duque), débiles hasta la vergüenza ajena (a Alberto Fernández, su vicepresidenta le recuerda a cada rato quién manda), ignorantes (Bolsonaro y su negacionismo ante la ciencia del Covid), y consumidos por dudas que no terminan de resolver (Boric y las dos almas de su coalición).

La realidad líquida de estos liderazgos confirma la noción avanzada por Moisés Naím de que el poder es hoy más sencillo de adquirir, más difícil de administrar y más fácil de perder. Sin embargo, como el propio Naím reconoce en su recientemente publicado “La revancha de los poderosos”, lo que está sucediendo es que en muchos lugares el vacío que abren los liderazgos insulsos está siendo llenado por otros con tendencias autoritarias, como Nayib Bukele en El Salvador, Andrés Manuel López Obrador en México, o Viktor Orban en Hungría.

Ha sido la incapacidad de la democracia liberal para resolver problemas sociales severos, y la de sus líderes, lo que ha despejado el camino para los nuevos liderazgos fuertes. Antes que apurarse a condenarlos desde una cargante superioridad moral, los demócratas harían bien en preguntarse qué han hecho para permitir que surjan, y si tienen la voluntad y preparación para enfrentarlos.

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