Columnistas

Desaprobación y desafección

Pedro Fierro

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Antes del anuncio del cambio de gabinete, la semana pasada se dio a conocer la última encuesta Adimark y sus resultados no podrían dejar ajeno a nadie. El gobierno ha alcanzado un nuevo récord, pero lamentablemente bastante negativo: un 70% de desaprobación. Estas cifras sólo son comparables con los momentos más álgidos vividos por Piñera frente a los estudiantes manifestándose en las calles de Santiago, y claramente evidencian que estamos frente a una crisis de similares proporciones.


En este contexto, podríamos al menos reflexionar sobre dos variantes que nos ayuden a entender la real dimensión del problema.


Por un lado, respecto de la soberbia con que hace menos de un año se iniciaba en este gobierno. Era tanto el respaldo que la ciudadanía había entregado en urnas que se sentía un aire de grandeza tan imponente como para querer pasar con la retroexcavadora por todo lo realizado en los últimos años de desarrollo. Al parecer la situación hoy ha cambiado bastante, y ese poder plenipotenciario que en algún minuto se pensó tener ha sido condicionado con golpes de humildad.


Por otro lado, frente a esta crisis de confianza puede ser importante volver a retomar la tan comentada desafección política como problema subyacente. El tema es cómo la abordamos sin que sea un concepto válvula carente de contenido e inmedible. En este sentido, lo trabajado en los años 50' por Angus Campbell puede ser de ayuda. Tratando de identificar factores que incidían en el proceso de conformación del voto, el autor desarrolla el concepto de "eficacia política", que entendía como "la sensación de que las acciones políticas individuales tienen, o pueden tener, un impacto en el proceso político", en definitiva, qué tan posible es un cambio sociopolítico y qué rol juega el ciudadano en él. No sería muy aventurado sostener que se acerca bastante al entendimiento de los grados de confianza o desafección existentes. Tomando en consideración esta conceptualización y asumiendo que estamos en un contexto de crisis, algunos datos nos sugieren que el proceso de desconfianza en las instituciones se venía gestando desde mucho antes.


Por ejemplo, el estudio de Auditoría a la Democracia nos muestra que al 2012 un 54% de la población no estaba dispuesta a hacer algo respecto de una decisión considerada como injusta. Esto por sí solo no nos dice tanto, pero se vuelve algo más elocuente si consideramos que el 62% cree que, si hubiesen hecho algo, probablemente no habrían tenido atención a las demandas planteadas. Con las luces que nos da el autor norteamericano, es fácil encontrar otros indicios que nos demuestran una tendencia negativa en términos de confianza tanto en éste, como en otros estudios demoscópicos.


En definitiva, hay algo bastante claro: los acontecimientos de los últimos meses han vuelto la situación insostenible, pero sería un error prescindir de datos y hechos anteriores y superiores a estos actos de corrupción. Después de todo, puede ser que los escándalos y las desaprobaciones sean solo síntomas o consecuencias de un proceso de desconfianza que se viene gestando hace bastante tiempo, y que aportan una dimensión más profunda a la problemática.

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