Susana Jiménez

Ecocentrismo y decrecimiento

Susana Jiménez Schuster Economista

Por: Susana Jiménez | Publicado: Viernes 17 de diciembre de 2021 a las 04:00 hrs.
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Hace décadas que Chile aspira a ser un país desarrollado y distintos presidentes han anunciado este objetivo, esperando alcanzar los niveles de ingreso de países referentes. Sin embargo, ahora han surgido voces –especialmente desde la Convención Constitucional– que cuestionan que el modelo a seguir deba poner el desarrollo humano en el centro, y abogan, en cambio, por un desarrollo ecocéntrico, basado en derechos de la naturaleza y en el decrecimiento económico. Subyace en ello la premisa de que a mayor crecimiento, mayor deterioro ambiental.

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En épocas pasadas -y Chile no fue la excepción- la actividad productiva generó pasivos ambientales; sin embargo, la situación ha cambiado en forma radical. De hecho, de acuerdo con todos los rankings ambientales internacionales, son justamente los países que han alcanzado su mayor desarrollo los que tienen el mejor desempeño ambiental, al contar con una regulación ambiental que efectivamente internalice las externalidades y que, al mismo tiempo, contribuya a mejorar y reparar el medio ambiente. De esta forma, ha sido el desarrollo ambiental, acompañado de regulación, lo que ha permitido mejorar el desempeño de los países.

La interrelación entre lo ambiental y el progreso social y económico ha sido abordada en múltiples oportunidades en el concierto internacional. Ya en la década de los 80, la preocupación por el posible agotamiento de los recursos naturales limitados y los daños medioambientales que podrían resultar de la actividad económica dio origen a un concepto clave: el "desarrollo sostenible". Ello luego se plasmaría en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (ONU, 2015).

La clave del Desarrollo Sostenible se encuentra, precisamente, en el equilibrio de las tres dimensiones de la sostenibilidad: social, económica y ambiental. Resulta evidente que no se trata solo de promover el segundo término (sostenible), sino también de alentar el primero (desarrollo). En efecto, el desarrollo genera progreso, lo que significa que la sociedad puede alcanzar mejoras en la calidad de vida de sus habitantes. Esto es contrario al inmovilismo o al decrecimiento, que solo lograrían perpetuar la condición de subdesarrollo y así empeorar el desempeño ambiental de los países.

Se trata, entonces, de promover un crecimiento económico junto a lo social y ambiental, lo que se logra a través de la regulación que permite internalizar las externalidades negativas.

La pobreza y el estatismo han desempeñado un papel importante en la degradación ambiental en todo el mundo. La contaminación del aire y de las aguas, o el mal manejo de desechos y la deforestación, tienen estrecha relación con la necesidad de supervivencia, la falta de conocimiento y la carencia de recursos. Con progreso económico, en cambio, se generan recursos para investigar, aplicar criterio científico, innovar y buscar soluciones a los problemas ambientales, sin perjudicar el desarrollo social y económico que todos merecen.

No hay duda de que el mayor progreso ha estado ligado a la libertad de emprender, al desarrollo tecnológico y al despliegue de la inteligencia humana para resolver problemas complejos. Hoy existe además mucha mayor conciencia en Chile de nuestra responsabilidad intra e intergeneracional, contamos con más herramientas para diagnosticar, mitigar y compensar los daños ambientales, y tenemos un marco normativo y legal mucho más exigente. Poner a la persona al centro seguirá siendo una prioridad ética; la buena noticia es que, además, ésa ha de ser la preocupación esencial del desarrollo sostenible.

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