Editorial

Constitución: el imperativo de los consensos

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Han pasado casi cuatro años desde que, en medio del violento estallido del 18-O, el Gobierno y las dirigencias políticas de entonces acordaron iniciar un proceso de reforma constitucional como mecanismo para encontrar una vía de salida a la peor crisis desde el retorno de la democracia.

Ello derivó en una Convención Constitucional cuya propuesta, luego de un año de trabajo, fue rotundamente rechazado por el 62% de los votantes en la elección con la más alta participación de que se tenga registro.

Preocupa la incapacidad de acercar posiciones en torno al objetivo compartido de redactar una nueva carta fundamental.

Ese resultado pudo haber zanjado la discusión. No obstante, se decidió iniciar un nuevo proceso -en el que estamos embarcados actualmente y que se pone a votación el próximo 17 de diciembre-, el cual según las últimas encuestas también se encamina a ser rechazado (53% vs 30%), pese a que la mayoría política en el Consejo Constitucional que lo conduce es de signo político opuesto al de la Convención.

Si la radicalidad refundacional de la primera propuesta parece haber sido su principal falla, la incapacidad de alcanzar acuerdos en torno a un texto que genere consenso transversal parece el gran defecto de este segundo intento. De hecho, así lo hicieron ver esta semana tres expresidentes de muy distintas afiliaciones políticas -DC, PS y RN-, quienes llamaron a extremar los esfuerzos para acordar un texto en el que sectores con diversas sensibilidades puedan sentirse razonablemente representados, ya que sólo una propuesta constitucional de esas características podría concitar el apoyo mayoritario de la ciudadanía.

Un segundo rechazo en las urnas sería un lamentable fracaso para un país que ha dedicado muchos esfuerzos y cuantiosos recursos a reformar la carta fundamental. No tanto por el rechazo en sí, sino por la incapacidad de acercar posiciones en torno al objetivo compartido de redactar una Constitución que, aunque inevitablemente imperfecta, los chilenos puedan sentir como propia.

A eso apunta el llamado de los ex mandatarios: no a que se aprueben el texto y las enmiendas que hoy conocemos, que claramente no cuentan con apoyo transversal, sino a que predomine un espíritu genuinamente republicano -no partidista- en la redacción de esta nueva carta.

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