Debate sobre el crecimiento en el país
Una discusión que empieza a adquirir ribetes bizantinos -y que, por lo mismo, parece inconducente- se está dando a propósito del ritmo de crecimiento del país. Y un nuevo capítulo se dio en el marco de la Cuenta Pública presidencial del 1 de junio y de la expansión de 2,5% que registró el Imacec en abril, informado el lunes, frente a igual mes de 2024.
Para unos, representados por el Gobierno, la cifra es una buena noticia, pues incluso -como en otras ocasiones- superó las expectativas de los analistas; mientras que para la mayoría del mercado se trata de un nivel aún débil, dadas las necesidades a las que se debe responder para procurar un mayor bienestar de la población.
Se trata de dos puntos de vista legítimos, en un escenario donde el entusiasmo del Presidente sobre el rumbo de la economía estuvo lejos de dejar satisfechos a los representantes del mundo empresarial, quienes pusieron nuevamente sobre la mesa la urgencia de impulsar medidas que favorezcan un ambiente de mayor expansión del Producto y, en particular, de la inversión. Sin embargo, el mandatario no se inmutó y, más bien fiel a su estilo confrontacional con el sector privado, este martes dijo que no está para “dejar contentos a los grandes empresarios”.
El punto es que gobernar no es el ejercicio de cumplir con las expectativas de un sector y negar las de otro, sino de entender que la economía y su curso -para bien y para mal- determina el pasar de todos los actores, independiente de su tamaño y de su rol. El preocupante comportamiento del mercado laboral es un lamentable ejemplo de estas tensiones. La tasa de desempleo nacional que acumula más de dos años por sobre el 8%, y que ha elevado a más de 800 mil el número de cesantes en el país, es un efecto directo de la pérdida del horizonte económico y de la desconexión entre la política pública y los incentivos para producir y contratar, con sus consecuentes efectos a nivel de los hogares.
No hay un solo diagnóstico sobre las causas del bajo crecimiento del país en los últimos años y, en particular, respecto del dinamismo de los llamados años dorados de los ’90, cuando la expansión promedió el 7%, una de las tasas más altas a nivel mundial. Pero sí hay coincidencia en los análisis -más allá de los sectores políticos- en torno a que la productividad es clave en las reformas estructurales que deben emprenderse. La educación y la modernización del Estado también son focos claros, más considerando la velocidad a la que está cambiando el mundo de la mano de la inteligencia artificial.
Lo cierto es que el debate no puede agotarse en los datos. Gobierno, empresarios y técnicos siempre tendrán la posibilidad de converger en una agenda común que supere el mediocre desempeño de la última década. Pero el punto no es si podrán intentarlo. Al margen de quién gobierne el país a partir del próximo año, la condición imprescindible para generar mayores ingresos, evitar desequilibrios fiscales y sostener el bienestar es más crecimiento, anclado en reglas claras, inversión y productividad.