Distintos indicadores están acusando como tendencia de los últimos meses un sostenido deterioro en el estado de ánimo de los agentes económicos, tanto empresas como consumidores. Uno de los últimos fue el conocido ayer, que constató que las expectativas empresariales cayeron a mayo a niveles cercanos a los observados con ocasión de la profunda crisis de 2008.
El dato, que según la lectura de los expertos tiene alta correlación con lo que ocurrirá con la actividad en los meses siguientes, se conoció en la misma jornada en que el Banco Central reportó que el Indicador Mensual de Actividad (Imacec) del mes de mayo se expandió sólo 2,3%, ostensiblemente por debajo de los pronósticos de los economistas, que esperaban para el quinto mes del año una variación del orden de 3% a 3,9%. De esta forma, a un deprimido primer semestre en materia económica muy probablemente se sumará un segundo semestre también modesto, quizás en la parte baja de las estimaciones actualizadas de PIB, es decir entre 2,5% y 3%.
La abundante evidencia que da cuenta de un desempeño económico más deprimido para este año tiene, a juicio de los economistas, una explicación de componente más interna que internacional, cuestión que evidentemente debe invitar a identificar esos factores y contrarrestar sus síntomas con acciones decisivas.
Y si bien para el próximo año se anticipa un crecimiento en torno a 4%, dicha expansión se explicaría sustancialmente por el sector externo y el impulso fiscal, elementos que si bien tendrán efectos favorables, dejan fuera de la ecuación de crecimiento un vector trascendental, como es el sector privado.