Bandeja de salida

La columna de J.J.Jinks: Divino Tesoro

Es muy probable que una nueva Constitución no solucione ninguno de los problemas que los jóvenes ponen como sus principales demandas, pero la lógica cartesiana ha probado no ser muy relevante a la hora de modificar ilusiones y esperanzas.

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El ex ejecutivo de Disney y posterior fundador de Dreamworks, Jeffrey Katzenberg, se asoció con Meg Whitman, ex CEO de Hewlett Packard para formar Quibi. La compañía se apalancó en la senda abierta por la compañía china TikTok para ofrecer al mercado videos cortos, esta vez no generados por los propios usuarios sino por producciones hechas y derechas buscando satisfacer el apetito de las audiencias por contenido breve y de calidad.

La idea contó con el respaldo de inversionistas tales como el propio Disney, Alibaba, Viacom, los principales estudios de Hollywood, Goldman Sachs, JP Morgan, entre otros. Es decir, se juntó la crème de la crème de la industria del entretenimiento y los tótems de banca de inversión. Katzenberg y Whitman levantaron de estos inversionistas 1.750 millones de dólares para lanzar Quibi al mundo.

Con esa billetera salieron a contratar desde Steven Spielberg a LeBron James y todo lo que cabe entre medio (que es mucho) para que realizaran videos para la aplicación. Después de 6 meses en operación (sí, leyó bien, 6 meses), Quibi acaba de anunciar que cierra sus operaciones y que devolverá a sus inversionistas la plata que les queda, que como es fácil de imaginar no es mucha. Si bien la pandemia probablemente no ayudó en nada al disminuir en forma importante los tiempos muertos donde las personas acceden a estos videos cortos, el problema principal fue más serio: los millennials no engancharon para nada con el producto.

Son esos mismos millennials y generación Z que en Chile iniciaron un movimiento que terminará con el cambio de nuestra Constitución. Sin duda que esa cazuela se cocinó con múltiples elementos, entre ellos la violencia, pero no se puede desconocer el rol protagónico que tuvieron muchos jóvenes que transversalmente marcharon y votaron buscando un traje nuevo para el país.

Los números estaban delante de ellos, la constitución nacida en dictadura y múltiples veces reformada, había hecho de paraguas para 35 años de gran prosperidad (30 de ellos en democracia), pero las incontrastables cifras no les hicieron ninguna mella en sus anhelos y aspiraciones.

Es muy probable que una nueva constitución no solucione ninguno de los problemas que esos jóvenes ponen como sus principales demandas, pero la lógica cartesiana ha probado no ser muy relevante a la hora de modificar ilusiones y esperanzas. El hecho que las nuevas generaciones se sientan parte de este proceso es de vital importancia para el éxito del proceso constitucional y para que el texto que se acuerde permita a Chile, a través de una salida, institucional continuar la senda de progreso que ha beneficiado a la inmensa mayoría de la población.

Después de todo que Katzenberg y Whitman con gran trayectoria como ejecutivos de primera línea tuvieran 69 y 64 años, respectivamente, quizás algo tuvo que ver con el fracaso estrepitoso de Quibi. Los heridos inversionistas deben hoy lamentarse de no haber visualizado esa desconexión con la audiencia que parece tan evidente. Pero, bueno, todos somos buenos entrenadores con el diario del lunes. No lo sabremos nosotros en Chile.

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