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Los señores políticos

Rafael Ariztía, socio MFO Advisors

Por: Rafael Ariztía | Publicado: Miércoles 5 de octubre de 2016 a las 04:00 hrs.
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Patear un avispero le habría provocado menos problemas a Ricardo Lagos que haberse mandado esa frase sobre “los señores políticos” en un diario dominguero. Sin excepciones, desde su sector lo abuchearon con fuerza, acusando que esas “descalificaciones” menoscaban a la política.

La reacción no deja de ser curiosa, porque mal que mal, se dirigió con bastante respeto a sus pares. El problema es que Lagos cae en el mismo mal que dice querer combatir. Si bien señala que “el país no está para cálculos pequeños ni diabluras”, léase populismo, lo primero que hace es una diablura. Aprovecharse del descrédito de la política para tratar, quizás inconscientemente, de posicionarse él.

Pero más allá de la diablura de Lagos, lo interesante es ahondar en las razones de por qué hemos caído en un descrédito tan generalizado de la política y qué conclusiones podemos extraer hacia delante.

En mi opinión, el descrédito surge de una sola razón: la sensación de que los políticos están más preocupados del poder, de su posición y de imponer sus visiones ideológicas, que de ser realmente servidores públicos preocupados de las prioridades permanentes de la ciudadanía. Justa o injusta, creo que esta sensación es transversal. En otras palabras, nadie se compra el concepto de que los políticos son ángeles caídos del cielo que trabajan por el bien común, sino que son personas de carne y hueso que tienen como profesión dedicarse a lo público y que, como todos, defienden su interés personal antes que el ajeno, incluso en el ejercicio de esa profesión.

Las prioridades del actual gobierno son un botón de muestra de esto. A pesar de que año tras año, las prioridades de la ciudadanía han sido la creciente sensación de inseguridad y el deplorable estado de la salud pública, dos responsabilidades exclusivas del gobierno de turno, la respuesta del actual gobierno ha sido… reformular el sistema tributario, desmantelar el sistema de educación subvencionada, reformar las relaciones laborales, refundar la constitución, etc.. De mejorar los hospitales y consultorios públicos o poner un foco en la seguridad, nada... No es de extrañar entonces que la ciudadanía desconfíe.

La pregunta entonces es cómo dar vuelta este complejo circulo negativo de desconfianza en el que nos encontramos. Increíblemente, la respuesta en boga es que para recuperar la confianza se requiere de más Estado. Básicamente apagar el fuego con bencina. No se usted, pero yo desconfío si alguien que me presta un mal servicio me dice que, para mejorarlo, me tiene que cobrar más caro y tiene que hacerse cargo de más responsabilidades. No es que sea mal pensado, pero simplemente se me ocurre que quien me lo plantea puede tener un interés creado. Sospecho que el razonamiento de la ciudadanía es similar cuando el gobierno le dice que necesita más recursos y atribuciones para resolver los problemas.

Pero afortunadamente para quienes creemos en la libertad y confiamos en que los países los desarrollan las personas y no los gobiernos, hay otras y mejores alternativas. La confianza se debe ganar con real voluntad de devolver poder a la ciudadanía. No se trata de más poder para el Estado, sino justamente al revés, más poder para las personas y para los cuerpos intermedios de sociedad, lo que parte por cuestionarse seriamente cómo está el Estado realizando su labor y dónde debe mejorar. Casos como el Sename son bastante ilustrativos a este respecto. No es casualidad que las principales prioridades de la ciudadanía pasen por el deficiente cumplimiento de funciones que son totalmente responsabilidad del Estado.

Por ello, si queremos que la ciudadanía vuelva a tener confianza en sus representantes, la nueva generación de políticos que aspiran a gobernar el país, tiene que demostrar en mi opinión dos cosas: primero, que están ahí para encargarse de que las funciones públicas que el Estado tiene bajo su tutela, se cumplan correctamente, y segundo, que su objetivo no es acaparar nuevas funciones y recursos, sino que son capaces de traspasar funciones públicas a quienes mejor las pueden desempeñar. En otras palabras, que se la juegan por más “Teletones” y no sólo por otros “Senames”.

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