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Nuevos aranceles de EEUU reflejan mentalidad de Guerra Fría

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Con datos crecientes que apuntan a la desaceleración de la economía global, los esfuerzos de Donald Trump para aislar a China del comercio global están creando un efecto dominó. La guerra comercial nos está llevando hacia aguas cada vez más desconocidas. La suposición de Trump de que China cedería ha mostrado serr poco más que una ilusión. En cambio, Beijing ha sido intransigente y ha eliminado la posibilidad de concesiones inmediatas. Si ambos gobiernos no ablandan sus posturas, la guerra comercial continuará, arrastrando a la economía mundial a su paso.

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Los últimos aranceles de Trump sugieren que ha colapsado la confianza entre las dos potencias. Hace sólo unos meses, había esperanzas de que un acuerdo comercial estuviera a la vista, en parte basado en la buena relación de trabajo entre Trump y el Presidente chino Xi Jinping. Pero esto no es una negociación de bienes raíces en Manhattan. Ahora implica una reevaluación fundamental de la relación entre una superpotencia titular y un rival en ascenso.

Tanto Trump como Xi han tenido menos margen de maniobra político, ya que sus diferencias se han vuelto más marcadas. Los demócratas han arrinconado a Trump respecto del comercio. Con respecto al TLCAN, su enfoque agresivo de "EEUU Primero" condujo a algunas concesiones dentro de un nuevo acuerdo renombrado entre ese país, México y Canadá. China es un problema de un orden diferente. Conforme se acercan las elecciones presidenciales dentro de poco más de un año, los demócratas están atacando la retórica proteccionista de Trump. En China, Xi enfrenta un nacionalismo cada vez más ardiente que a veces él mismo busca avivar. A veces considerado como el líder más fuerte de China desde Mao, tal vez no sea tan inmune a los desafíos como los observadores pudieran pensar.

Los términos del debate sobre China como una potencia en ascenso han tenido un impacto negativo en EEUU. Se habla libremente de una nueva Guerra Fría, centrada en la carrera armamentista en áreas como la inteligencia artificial. Este enfoque donde el ganador se lleva todo es peligroso. Los formuladores de políticas más responsables deberían estar pensando en nuevas reglas sobre seguridad informática y armas cibernéticas.

Aquellos en Beijing que piensan que simplemente pueden esperar a que Trump deje el cargo subestiman la profundidad de estos sentimientos en la comunidad empresarial estadounidense y en los formuladores de políticas. Trump, ya sea a sabiendas o no, ha desatado fuerzas que él mismo luchará por controlar.

Posiblemente existe la tentación en Washington de creer que la economía estadounidense prevalecerá en última instancia en la guerra arancelaria. Esto puede ser cierto en el mediano plazo, pero el costo será alto. Separar a China de las cadenas de suministro comerciales perjudicará a Beijing, pero también perjudicará el desarrollo de la tecnología. El mercado laboral interno de EEUU, que agregó 164.000 empleos en julio, puede ser resistente, con una tasa de desempleo que ha caído a un mínimo de 49 años en abril. Pero los problemas del sector manufacturero estadounidense, que ahora se ha contraído por dos trimestres consecutivos, son indiscutibles.

Volver al statu quo "ante bellum" parece difícil. Ambas partes necesitan reevaluar sus posturas. Trump debería modificar su unilateralismo agresivo y trabajar con otros para presionar a China; Xi debería comprometerse a concesiones limitadas sobre el tratamiento de los inversores extranjeros y los derechos de propiedad intelectual. El movimiento es vital. El endurecimiento de las posiciones provocará consecuencias negativas en todo el mundo.

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