Editorial

Inseguridad en la “última milla”

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i bien “durante 2020, los casos policiales de robos a vehículos distribuidores y vehículos de transporte han disminuido 33,2%”, la misma autoridad que entrega esa cifra ha sufrido dos encerronas de delincuentes en dos meses, ambas repelidas por su escolta. Y las propias empresas están haciendo importantes inversiones en seguridad y logística para lo que están experimentando como un significativo aumento en el riesgo de que sus vehículos y conductores sean asaltados durante el transporte y despacho de bienes, según describió el domingo una preocupante nota en DF Más.

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Esa discrepancia habla de un fenómeno de desarrollo muy acelerado y, al menos en un sentido, novedoso: responde a la profunda adaptación que han tenido que realizar organizaciones de todo tamaño para enfrentar la doble crisis provocada por el estallido violento del 18-O y la pandemia del Covid-19, convirtiendo la distribución y el despacho a domicilio (la “última milla”) en ejes centrales de su actividad.

Esto ha abierto un mayor flanco de exposición al delito, para muchas de estas empresas por primera vez, y en algunos casos está suponiendo costos que ponen en duda su viabilidad, además de riesgos inaceptables para quienes trabajan en ellas. En una reacción comprensible, los horarios se han ajustado para coincidir con las horas de luz, así como se han restringido -incluso eliminado- los despachos a zonas con mayor incidencia de asaltos (cada vez más violentos, como también la autoridad reconoce).

Por razones de escala, el problema es mayor en la Región Metropolitana, y peor en comunas de bajos ingresos, donde el reparto a domicilio era una novedad y representaba a la vez una forma de inclusión económica (a través del comercio electrónico) e integración social, acercando el acceso a bienes y servicios al de comunas más aventajadas.

Esa efectiva reducción de desigualdad -una democratización del acceso al mercado- representa una de las mayores promesas de la nueva economía, que hoy la delincuencia amenaza con revertir. El problema, entonces, no es sólo un aumento en la inseguridad, de por sí muy grave, sino un lamentable retroceso en equidad.

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