En 2008 R. Proctor y L. Schiebinger publicaron el libro “Agnotology. The making and unmaking of ignorance” en Stanford Univeristy Press, cuya principal virtud es acuñar un nuevo concepto que describe la producción cultural de la ignorancia. Sin ser un libro excepcional, es un libro que nos desafía intelectualmente respecto a las interpretaciones y como éstas se forman, respecto a lo que llamamos “hechos ciertos”.
Intelectuales, analistas y, por cierto, los medios de comunicación juegan un rol clave en este proceso de generar información valiosa o de transmitir ignorancia. Es nuestra “elite” intelectual la llamada a hacer una contribución que agregue luz y no oscuridad en los diversos debates de la sociedad moderna. En mi opinión resulta al menos sospechosa la ausencia de reflexión y rapidez de argumentos. ¿De qué forma nuestra “elite” intelectual demuestra los hechos que manifiesta?
De ser efectiva mi sospecha, sostengo que este es un fenómeno más bien nuevo. En el pasado reciente, afirmaciones en los medios vertidas por académicos y analistas generalmente eran sustentadas por estudios y análisis serios que avalaban las conclusiones, una buena práctica que parece haberse perdido. Está de moda criticar, sancionar en base a prejuicios y afirmaciones incendiarias. El análisis serio, reposado e informado está obsoleto. Algunos ejemplos recientes y no exhaustivos:
Hace un par de años una renombrada consultora nacional informaba que había realizado un estudio que demostraba que las reformas propuestas por el actual gobierno eran las causantes del menor crecimiento económico y el freno a la inversión. Hoy, ex ministros y algunos expertos en macroeconomía con buen acceso a los medios sostienen esa hipótesis de forma regular. En aquella ocasión, solicité el artículo que daba origen a dicha opinión. La verdad, el “estudio” consistía en tan sólo cinco diapositivas carentes de solidez científica. Posteriormente, en una reunión de la Sociedad de Economistas de Chile, un macroeconomista nos decía que no podía demostrar la causalidad de sus argumentos. Sin embargo, en su exposición atribuía como hechos ciertos elementos que no podía demostrar. ¿Dónde está el paper que sustente estos argumentos? ¿Cuál es la estrategia de identificación que permite aislar efectos y medir adecuadamente dichos efectos? ¿No será mejor, decir que estamos especulando? Que puede ser una buena hipótesis, pero que sólo es eso, una hipótesis. Los académicos, intelectuales y analistas debemos ser responsables de nuestras afirmaciones. Solo con evidencia científica, los argumentos podrán ser debatidos, aprobados o rechazados.
La discusión respecto de los “subsidios a los ricos” es otra dimensión donde se hacen afirmaciones que distorsionan la discusión. Llama la atención la vehemencia con la cual se critica la actual reforma a la educación superior, aun cuando no constituya una reforma que beneficie a los ricos… al menos hasta ahora. La reforma en curso ubica la asignación de recursos de gratuidad hasta el decil 5. Según la Casen 2015, una familia promedio en Chile en el decil 5 exhibe un ingreso autónomo per cápita de $ 162.000 mensual, por debajo del costo de una carrera universitaria y también de una carrera técnico profesional. ¿Por qué el énfasis en este “subsidio a los ricos”? ¿Por qué no reconocer que de existir un problema no estaría en este segmento de la población? ¿Por qué no separar el análisis en aspectos positivos y negativos? ¿Por qué no tener una discusión balanceada donde hagamos un análisis serio respecto a todos los subsidios a los ricos relevantes en nuestra sociedad? ¿Es el FUT un subsidio a los ricos? ¿Qué podemos decir de las becas de posgrado (fui un beneficiario)? ¿Por qué razón un rector de una universidad privada demanda al Estado por el AFI? ¿Es el AFI regresivo? ¿Es el subsidio a las empresas forestales, de facto, un subsidio a los ricos? ¿Por qué nuestra “elite” concentra sus críticas en una batalla y no en todas las batallas?
Los académicos e intelectuales nos debemos convocar a una discusión amplia, libre e informada, mejorando los argumentos, agregando valor y sustento a las opiniones. Informemos y no contribuyamos a la generación de ignorancia. No nos sumemos a la repetición sin fin de argumentos débiles, sin sustento empírico. No seamos cómplices de una discusión mediocre y debatamos en base a evidencias y no prejuicios, es nuestra responsabilidad delimitar los contornos de la ignorancia, no expandirlos.