Boric y el desafío de recalar entre los BRICS y Trump
CRISTÓBAL OSORIO VARGAS Profesor Derecho Constitucional, U de Chile
Si al principio de su Gobierno, Gabriel Boric se hubiese acercado al Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a nadie le habría extrañado demasiado. Después de todo, el actual mandatario chileno fue electo con los apoyos de los tradicionales aliados nacionales del Partido de los Trabajadores (PT) y la afinidad ideológica era, entonces, bastante clara.
Así, la invitación a asistir a la Cumbre de los BRICS -que conforman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- en Rio de Janeiro, extendida por Brasil, no habría representado ningún dilema. Pero, la historia de las relaciones internacionales de Chile durante Boric ha sido diferente.
“La aproximación a Lula y los BRICS llega tarde y en mal momento. Pero, el mandatario chileno no tiene mucho margen y parece prudente girar el timón hacia un puerto en el que, al menos, lo reciben.
Por alguna razón -tal vez ligada a las preferencias del canciller Alberto van Klaveren o a convicciones personales presidenciales-, Boric descartó sumarse al liderazgo brasileño una vez que Lula accedió al poder en 2023, y optó por alinearse con las fuerzas progresistas de Europa y Estados Unidos. Algo particularmente cierto respecto de su postura en favor de la Ucrania de Volodimir Zelenski o, más bien, respecto de su aversión a la Rusia de Vladimir Putin.
Lula y Putin, junto a Xi Jinping y Cyril Ramaphosa son los líderes de la base de los BRICS, la que fue fundamental para que Rusia resistiera exitosamente el embate diplomático estadounidense-europeo que buscaba aislarla. Así, quedó trazada una línea de relaciones internacionales, en lo que algunos entienden como el renacer del Sur Global.
En eso vino la debacle de la dupla Joe Biden-Kamala Harris, y el giro en 180° de los Estados Unidos de Donald Trump, que enajenaron todos los esfuerzos diplomáticos chilenos por acercarse no solo a los demócratas estadounidenses, sino al mismo EEUU.
Chile se convirtió, entonces, en un volantín cortado, tan lejano del cielo como de la tierra, distanciado de sus dos principales socios comerciales: Estados Unidos que lo machacó con un 10% de aranceles, y China que no olvida los paseos por Chile de Laura Richardson, la general entonces a cargo del Comando Sur estadounidense.
En este escenario, el acercamiento al Brasil de Lula y a los BRICS aparece como una necesidad de sobrevivencia de la errática política exterior chilena, en el corto y el mediano plazo. Algo que también es posible porque -poco a poco- Boric se ha acercado a las posturas de Lula respecto de Venezuela, la que aúna críticas al régimen de Nicolás Maduro y puentes para influir en la política interna venezolana.
Es cierto que esta aproximación llega tarde y en mal momento, justo cuando Trump está obligando a todos sus socios comerciales a sentarse en la mesa y cobrarles impuestos por su amistad. Pero, el mandatario chileno no parece tener mucho margen y parece prudente girar el timón hacia un puerto en el que, al menos, lo reciben.
¿Pero qué pasa en el largo plazo?
Chile no puede esperar a ver si lo de Trump permanece en el tiempo. Tampoco puede tener la ilusión de un incombustible Lula que gobierne 100 años.
Lo que el país tendrá que hacer es revivir la vieja y sabia política de mantener relaciones equilibradas y equidistantes con todos sus grandes socios comerciales y vecinos, así sean comunistas, capitalistas, autoritarios, liberales, ángeles o demonios, contrapesándose con unos y otros, según vengan vientos y mareas. Al final, hay que pensar en Chile y no en agendas personales internacionales.