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Datos

Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 19 de enero de 2018 a las 04:00 hrs.

En nuestra cultura de libertad de expresión y medios abundantes para hacerla efectiva, cada quien evaluará la visita, palabras y gestos del Papa Francisco según su conciencia o prisma ideológico. Limitémonos a registrar datos, hechos que constan públicamente.

El primero de ellos es la confirmación de que la fe religiosa sigue siendo un vínculo multitudinariamente social, contraído y expresado libremente por sus adherentes, reconocido y protegido por el ordenamiento jurídico estatal. Los canales de TV abierta cubrieron en vivo, íntegramente y por propia decisión todos los actos litúrgicos, discursos, reuniones, desplazamientos y encuentros personales del Papa.

Sus palabras y gestos fueron portada, titulares y páginas enteras de información y comentario en los principales diarios del país. Cada entrevistado en la calle, en las misas, en las explanadas o en la universidad se adelantaba a manifestar su alegría y emoción, gratitud y paz por haber visto, escuchado e idealmente tocado y recibido una bendición y caricia de un adulto de 81 años, que no canta en el Movistar Arena ni lleva el 10 de la camiseta del Barcelona ni presume de ser el nuevo mesías de la política y redención social. Las expresiones más escuchadas fueron: “Era como estar viendo a Dios”. Probablemente quienes lo sentían y decían no sabían que “Vicario de Cristo” significa “el que hace las veces de Cristo”: el corazón tiene razones que la razón no conoce.

Por esa intuitiva convicción, cientos de miles se impusieron extenuantes sacrificios con tal de no perderse este contacto, tal vez único en sus vidas, con un testigo directo y transparente de Dios. Y millones lo siguieron en TV. La visita papal fue un tema país. Un acontecimiento, festivo, formativo y unitivo, que ningún otro líder del planeta es capaz de convocar. Los fanáticos de la “laicidad del Estado”, que reclaman airadamente contra esta “invasión del espacio público” por manifestaciones religiosas, ya pueden templar su ardiente celo en la refrescante brisa de este dato.

Que el supremo representante del Dios de los católicos tenga, como nervio esencial de su discurso, la empatía solidaria, el encuentro de escucha y acogida, el detenerse en auxilio del hombre caído, el sentar en propia mesa al sospechoso extranjero, al hambriento andrajoso, al indeseable descartado; el visitar al condenado para confirmarlo en su inviolable dignidad y reinvidicar su derecho a la esperanza, es el segundo dato. La fe católica y cristiana no ha sido ni será jamás un puritanismo elitista que pretende complacer a Dios apartándose de los peligros y contagios del hombre.

La obsesión por imponer una seudojusticia mediática, estigmatizando como criminal y perturbador de la visita y credibilidad papal a un obispo limpio de todo reproche penal, configura el tercer dato: necedad y odiosidad vociferantes violan impunemente el derecho a la honra e intentan abolir en Chile la presunción de inocencia.

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