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DF Tax | De amor y odio: inteligencia artificial e impuestos

Por: Ignacio Gepp, socio de Puente Sur. | Publicado: Jueves 18 de enero de 2024 a las 04:00 hrs.
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Ignacio Gepp, socio de Puente Sur.

Para todos quienes estamos en el mundo del cumplimiento contable y tributario, escuchar que la inteligencia artificial (“IA”) es una de las mayores amenazas a la profesión contable y legal no es algo nuevo.

Al final del día, si lo que la IA permite es que computadores “(…) realicen una variedad de funciones avanzadas, incluida la capacidad de ver, comprender y traducir lenguaje hablado y escrito, analizar datos, hacer recomendaciones y mucho más”, suena bastante parecido a lo que en el mundo del cumplimiento hacemos día a día.

Por otro lado, a nadie de este rubro puede dejarlo indiferente que, según McKenzie & Company, a nivel global para el año 2030 los trabajos de entre 400 a 800 millones de personas serán automatizados, y de esas, 75 millones a 375 millones tendrán que cambiar de rubro o aprender habilitades completamente nuevas. ¿Estaremos los abogados y contadores ahí?

Pero el problema no es sólo sobre abogados sin trabajo, lo que bien podría ser un sueño para muchos. No, el problema de la IA aplicado al mundo laboral es también uno recaudatorio, ya que al menos en América Latina el 9,4% de la recaudación fiscal proviene de personas naturales, monto que aumenta a 26,5% si se consideran las contribuciones de seguridad social. Como contrapartida, el aporte de las personas naturales a la recaudación fiscal es de un 50,4% en la OECD y de casi un 60% en la Unión Europea.

El desastre es obvio: si entre un 3% a un 14% de la fuerza de trabajo global va a quedar obsoleta en seis años, con énfasis en trabajos menos calificados o más rutinarios, es razonable esperar un impacto en la forma de menor recaudación via impuestos personales y seguridad social, y adicionalmente una mayor demanda por ayuda estatal como ocurrió durante la pandemia. ¿Significa esto entonces que financiar las pensiones a partir del salario se hará aún más difícil? Algunos piensan que será insostenible.

Ante esta debacle, hay discusiones que ya se han encendido para ver cómo compensar el efecto en el bolsillo fiscal.

Una alternativa con la que se ha jugado es hacer pagar impuestos a Robotina (en realidad al uso de procesos automatizados) con el fin de compensar la pérdida de recaudación por concepto de impuestos personales, y en paralelo disminuir la velocidad con que la automatización genera un desplazamiento de la fuerza laboral. Suena sacado de los Supersónicos, pero se ha considerado desde asignarles a los “robots” un salario tributable, aplicar un gravamen a ser pagado por sus dueños, o incluso afectar con IVA sólo las actividades automatizadas.

La iniciativa no es para nada pacífica, ya que un impuesto a los robots es básicamente un impuesto al capital, que supone una traba al desarrollo tecnológico y a la competitividad de los países que lo implementen, y que en realidad no se hace cargo del problema de fondo.

Desde el mundo público y en particular en lo que respecta a las administraciones tributarias, el impacto de la IA ya se ha dejado sentir con un matiz positivo. A modo de ejemplo, en Suecia la inteligencia artificial ha permitido disminuir dramáticamente el tiempo y los costos asociados al registro de una nueva empresa al prescindir de una revisión humana; en Brasil ha sido utilizada para definir la forma en que la administración tributaria se comunica con los contribuyentes, apelando a un lenguaje que sea adecuado al perfil de comportamiento de cada contribuyente (algo así como dejarle a la IA la decisión de si escribir simpático, neutro o golpeado); en Francia se utiliza en materia de bienes raíces para contrastar lo declarado por los contribuyentes con las tomas aéreas que existen de una determinada ubicación; y como no sólo de recaudación viven las administraciones tributarias, en Singapur se implementó un programa con IA para calificar la calidad de servicio entregada por la administración a los contribuyentes al analizar el 100% de las comunicaciones existentes entre ellos.

Todo suena muy interesante, pero ¿qué ocurre en las administraciones tributarias con las personas que cumplían funciones ahora automatizadas?

A más ahondar, ¿a quién no le ha pasado que trata de ponerse un poco más tecnológico sólo para volver a hacer las cosas en su forma tradicional? ¿Qué ocurre si en estos experimentos tanto a nivel público como privado las cosas no salen bien, y hay que rectificar procesos rápidamente? ¿Está la autonomía y los recursos?

Parece indudable que la IA no es sólo una herramienta para mejorar nuestros pobres índices de productividad, o una apuesta inevitable respecto de la cual hay que saber cómo reaccionar rápidamente si las cosas fracasan, sino también una amenaza al trabajo e indirectamente a la recaudación fiscal.

Son muchos los ángulos, pero me quedo con este: a nivel organizacional, adicionalmente al fortalecimiento de procesos, potenciar la experiencia humana, las consideraciones éticas, la sensibilidad cultural, las habilidades interpersonales y la adaptabilidad, como elementos esenciales del nuestro quehacer profesional no es sólo una buena práctica, es una necesidad.

¿Tiene cabida esto en la discusión pública de los próximos dos años? ChatGPT me sopla que así se construye legado.

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