El contraste fue demasiado notorio. Un Presidente de la República que no preparó su presentación y cuyo equipo no tomó los resguardos necesarios para asegurar una buena conexión desde Roma versus una controlara que cuidó cada detalle de su presentación y fue hilando con maestría las ideas y mensajes que quería transmitir. La presencia de él en su última Enade pasó sin pena ni gloria; la presencia de ella en su primera Enade sigue acumulando visitas en YouTube.
Nada de esto importaría si creemos que se trata de un hecho casual, de un mal día de Gabriel y de un buen día de Dorothy. Pero sí importa si entendemos que el desempeño de uno y de otra en ese evento fue un síntoma más de muchas otras cosas que están pasando en el país. Así, por ejemplo, la falla en la conexión a internet desde la embajada de Roma termina siendo una muestra más de incompetencia de la actual administración –seguida horas después por la revelación del error en el cálculo de las tarifas eléctricas–, y el tono de las palabras del Presidente refleja la llamativa desconexión de la realidad que ha exhibido en los últimos meses. Sí, porque lo suyo –hasta donde duró la conexión– más se parecía al discurso de un predicador que al de un jefe de Estado, con un tono más moralista y romántico que realista y asertivo. Referirse a los problemas del país, poco; articular soluciones, menos; hacerse responsable, nada.
“Si el discurso del Presidente en Enade careció de relevancia no fue por problemas de conexión o porque no se hubiese preparado, sino porque el contraste con el discurso de la controlara acentuó el gran déficit de su Gobierno: muchas palabras y pocos hechos”.
Por el contrario, las palabras de la Controlara tuvieron todo que ver con la realidad y, en particular, con los problemas concretos que se evidencian cada vez más en el funcionamiento de la administración pública y los efectos negativos que esto tiene para los ciudadanos. Pero no solo habló de los problemas –faltas de probidad, negligencia laboral, corrupción, incumplimiento de deberes y plazos–, sino que dio cuenta de las acciones concretas y muy efectivas que la Contraloría está desplegando para enfrentarlos. En simple, despertó en los asistentes una luz de esperanza, no respecto del devenir del país, por cierto, pero sí de que las cosas se pueden volver a hacer bien en el aparato público. Y eso no es algo menor cuando casi todas las noticias que nos llegan de ahí son negativas.
Dorothy Pérez representó la mirada de quienes creen que gobernar es hacer que las cosas pasen, que la integridad y la eficacia son inseparables, y que las instituciones se legitiman por su capacidad de cumplir lo que prometen. Gabriel Boric, en cambio, volvió a refugiarse en el poder del relato, la idea de que con suficiente convicción se puede transformar la realidad, de que las palabras abren camino por sí mismas.
Desde luego, las palabras y los hechos se necesitan unos a otros –y así rezaba el título de esta Enade: Verba et facta–, porque los hechos sin palabras carecen de sentido, y las palabras sin hechos se las lleva el viento.
Y si el discurso del Presidente careció de relevancia no fue por los problemas de conexión o porque no se hubiese preparado, sino porque el contraste con el discurso de la controlara solo acentuó el gran déficit de su Gobierno: muchas palabras y pocos hechos; mucho relato y poca gestión; mucho idealismo y poco realismo.
Es cierto, Boric ha sido un mandatario con buenas intenciones, que ha buscado poner el bien común por sobre los intereses individuales, pero para que las buenas intenciones se conviertan en realidad se necesita predicar menos y actuar más.